sábado, 28 de abril de 2007

De la respetabilidad y esas hierbas La respetable heterosexual y la respetable queer

Isabel Barranco

“Reconocerse subjetiva es el mayor acto de objetividad”
Vander Zanden

¡Soy totalmente una respetable heterosexual!
¿Alguna vez te has preguntado por qué eres heterosexual? ¿Qué es ser heterosexual? ¿Qué crees que causó tu heterosexualidad? ¿Cuándo decidiste ser heterosexual? ¿A quiénes revelaste primero tu heterosexualidad? Si criaras niños ¿querrías que fueran heterosexuales a pesar de los problemas que deben enfrentar?
Estas y otras preguntas fueron publicadas en el número 1 de la revista Nota´n Queer editada por Investigaciones Queer A.C. de México, en agosto de 2002. Se trata de un cuestionario con preguntas semi-abiertas con respuestas de opción múltiple y donde además, se nos advierte que no es un ataque a la heterosexualidad sino una sátira crítica a la homofobia. “Si te sientes ofendido? advierte María Perea responsable de la publicación, recuerda que las personas homosexuales han sido cuestionadas por siempre”. Y continua; “por favor, no te molestes en responder este cuestionario si; ¿Eres homosexual y encuentras visualizar la heterosexualidad?, no tienes sentido del humor y crees que esto es en “serio”.
Más que sentido del humor (que creo tenerlo) y de tomar el cuestionario en serio, reflexioné al respecto e inmediatamente recordé a Beverley Skeggs y su “becoming respectably heterosexual”[1] particularmente aquella idea que dice que la sexualidad es siempre mediada a través de la respetabilidad. Esto es, la respetabilidad o “la decencia” como la conocemos coloquialmente; como una categoría que intercede en las posiciones y en la respuesta hacia la sexualidad. Esto se debe según Skeggs; a la asociación histórica, por un lado de la heterosexualidad con la respetabilidad, como discurso de normalidad, como una forma de evaluar la práctica sexual, con sus distinciones que legitima y mantiene entre grupos para distinguirlos y controlarlos. Y por otro lado, a la asociación de una sexualidad considerada como “perversa, sucia y peligrosa”[2] relacionada con la de las mujeres negras, [3] (indias), de clase trabajadora y de lesbianas[4], categorizadas por el discurso heterosexual como no respetables por su condición de clase, raza (y etnia); como otro mecanismo utilizado por las sociedades occidentales para reproducir las diferencias y desigualdades.
De tal forma que para Franca Basaglia (Basaglia, 1983) el discurso de la heterosexualidad ha erigido al sexo masculino como punto de partida para la conformación del sujeto mediante el ejercicio de su sexualidad, regulado y manifestado a través de sus instituciones; Familia, Estado e Iglesia, y actualmente los Medios de Comunicación masiva[5] cuyo resultado es el control social de hombres y mujeres, pero específicamente el dominio y control del cuerpo de la mujer.
Para Basaglia, el sistema y el discurso heterosexual funcionan a partir de la expropiación del cuerpo femenino y produce en las mujeres la necesidad, “el deseo imperante” de ser para los otros. Esto es que; “Los haceres, el sentido y el fin de la existencia, están en la vida de otros, en el vínculo con otros, en lo que se hace para ellos, a partir de la asignación del sexo” - y yo añadiría de su género-, queda establecido en el individuo la forma básica en el que ésta o éste deben actuar y cumplir sus papeles y funciones determinadas. Sistemas sociales (Foucault, 1979) donde se ha otorgado legitimidad a la heterosexualidad a través de la repetición de sujetos como la madre, la hija, la esposa, la hermana, la novia, como seres para los otros ( Basaglia) definidas para servir y cuidar de los demás mediante una repetición de roles regularizados y obligatorios en los que las mujeres estamos inmersas diariamente (Butler, 1993)
Por lo que para Skeggs la heterosexualidad es una forma de organización institucional; “Como discurso regulatorio que va desde lo público hasta lo interno; una unidad lingüística; una representación; una práctica/ comportamiento; una identidad; un deseo; una forma de ciudadanía”.
Cómo ser heterosexual y no morir en el intento
Para Evans[6] la heterosexualidad es también un asunto de organización económica e institucional; “La heterosexualidad es afectada no sólo directamente por el mercado, sino a través de las maquinarias formales del estado y las prácticas de la ciudadanía” En tanto que para Hart [7] la heterosexualidad, como institución, es también una economía que mantiene la supremacía blanca, es decir de la raza blanca colonial, heredada de la aristocracia y la burguesía europea, que definió los cuerpos de las mujeres bajo el modelo de la feminidad basada en la pureza de sangre[8] y la clase social, en contraste con las “otras”, consideradas decadentes, enfermas y peligrosas, como las negras, las trabajadoras y las lesbianas, pues la sexualidad terminó, señala Skeggs, por ser designada como una práctica del “otro”, un ejercicio de los no civilizados, de los que no tienen respetabilidad.
Así pues la sexualidad de la mujer negra se equiparó en el siglo XIV, a la de las blancas de clase trabajadora definidas como impuras, peligrosas y sexuales[9]. Mientras que a las mujeres blancas de clase media se les ubicaba dentro de una feminidad verdadera y pura.
Verena Stolcke (Stolcke: 2000) señala al respecto que las diferencias de sexo “no menos que las diferencias de raza” son construidas ideológicamente, como “hechos” biológicos significativos en la sociedad de clases; “naturalizando y reproduciendo las desigualdades de clase. Esta naturalización ? añade Stolcke ? constituye un procedimiento ideológico para superar las contradicciones que le son inherentes a las sociedad de clases, que se manifiestan en épocas de polarización y conflictos políticos al atribuirle la culpa de su inferioridad a las propias víctimas. Esto es, que la condición social no solo a nivel ideológico sino además desde el punto de vista sociológico, la posición social continua siendo una cuestión de descendencia, de origen, reforzándose, las categorías sexo (género) y clase recíproca y fundamentalmente en el discurso heterosexual.
Entonces nos pregunta Stolcke ¿qué tiene que ver la “naturalización de la desigualdad social” con las jerarquías de género que prevalecen aún en las sociedades occidentales? Para Verena Stolcke las doctrinas biologistas de la desigualdad social; “han contribuido también a consolidar la noción genética de la familia como célula biológica natural y por lo tanto universal básica de la sociedad.” Por lo que la maternidad[10] y la paternidad son vínculos garantes entre padres e hijos (mediante lazos de sangre), fundamental para la desigualdad social. De ahí, el control de la capacidad reproductora de las mujeres por los hombres. Este control, agrega Stolcke, se traduce en la necesidad de las mujeres de la protección y dependencia de los hombres, donde la sexualidad femenina es campo fértil de control por tanto, de desigualdad por sexo, género y clase.
Por lo anterior, Skeggs es más contundente al afirmar que las sexualidades y la práctica sexual son puntos centrales para cuestionar la respetabilidad que da la heterosexualidad, porque agrega, la heterosexualidad es un discurso de autorización, pues da validez a las “formas correctas” de la sexualidad.
Ejemplo de lo anterior y visto desde el punto de vista empírico y aplicado a nuestro país, fueron las declaraciones de Carlos Abascal Carranza, titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, el pasado 31 de marzo durante la clausura del III Congreso Mundial de Familias, donde hizo un llamado a “humanizar la globalización” a fin de que esta “responda a las necesidades de la familia y al matrimonio, como “el único medio moral y ético para formar una familia”. Por lo que solicitó “a los patrones ser flexibles con la jornada de trabajo ya que va en detrimento de la convivencia familiar”. En el mismo contexto, según se lee en la nota de Carolina Gómez del periódico La Jornada; “casi 70 países ? sin mencionar al menos tres ? determinaron solicitar al secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Koffi Annan, a; “no reconocer a las uniones de personas del mismo sexo como matrimonio, ni como familias, por ser contrarios a la naturaleza humana, el respeto a la vida desde la fertilización del óvulo” Según estos países además, ? se lee en el reporte ? consideran “a la familia nuclear, una institución de derecho natural”. [11]
De regreso a las cifras, la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares en el Distrito Federal, hasta en año 2000, reveló que de los 2 millones 375 mil 133 hogares, el 23.1 por ciento son comandados por jefas de familia. En tanto que la Encuesta Nacional sobre Trabajo, “Aportaciones y Uso del Tiempo” de 1996, indicó que de un total de 9.6 millones de familias, 4 millones de éstas cuentan con doble proveedor. Esto significa que en la actualidad se han modificado algunos patrones o estereotipos del concepto familia, como el de la familia nuclear, que se organiza bajo la tradicional división de roles, donde el hombre es el proveedor de los recursos materiales necesarios para la reproducción del grupo, y la mujer, como la encargada de los cuidados de la familia, el esposo, el trabajo doméstico incluyendo a las mascotas y otros familiares como ancianos, enfermos o discapacitados.
Por añadidura, se ha percibido además la ruptura de mitos sobre la concepción del "hogar dulce hogar" y la familia tradicional, como lugares comunes caracterizados por la compañía humana, la familia y la pareja. Como reducto del ocio, el descanso y la recreación, donde sus miembros puedan disfrutar de la calma, tranquilidad y solidaridad, como recompensa a la monotonía del trabajo asalariado y sus conflictos derivados, como refugio y separación de la vida pública y privada, entre el trabajo y el descanso y la convivencia íntima con la pareja.[12]
El avance educativo de las mujeres, su entrada masiva al mercado de trabajo y el descenso de la reproducción, entre otras transformaciones, han modificado la conceptualización de la familia nuclear. Solo cabe remarcar que una de cada cinco familias nucleares, tiene actualmente doble proveedor, siendo la mujer la que dedica más horas al trabajo asalariado y doméstico. Los hombres declaran usar 41.4 por ciento de su tiempo en trabajar para el mercado laboral, en contraste con el 8.6 por ciento que dedican a las labores domésticas y cuidado de los hijos. En tanto que las mujeres destinan al trabajo hogareño y cuidados familiares 45.6 por ciento de su tiempo y el resto, 54. 4 por ciento al trabajo asalariado[13]. Obviamente recibiendo menos salario, comparado al de los hombres que desempeñan la misma labor por su trabajo asalariado y sin reconocimiento alguno ni económico ni afectivo, a sus labores domésticas.
En consecuencia, para la economista Jeniffer Cooper del Programa de Estudios de Género PUEG, de la UNAM, la situación de las mujeres continúa deteriorándose a raíz de los procesos de privatización, el neoliberalismo y la globalización, con los consiguientes faltos o bajos financiamientos para el sector salud, educación y servicios, por los cuales las mujeres resultan ser las más afectadas, pues en ellas recae la mayor parte de la responsabilidad de la sobrevivencia familiar.
Con el casi nulo apoyo del Estado en las dos últimas décadas, la participación de las mujeres, principalmente como jefas de familia, esposas e hijas, se ha incrementado en la generación de ingresos monetarios para apoyar la economía de sus hogares. En 1989, por ejemplo, los hogares con ingreso monetario femenino eran de 42.8 por ciento, elevándose a 57.6 por ciento para el año 2000[14]
Paradójicamente, para Julieta Quilodrán, en su artículo "Azahares para tu boda", publicado por la revista Nexos de noviembre de 2002, México está en una transición demográfica que se caracteriza por gente que vive más tiempo y que no requiere de tener y criar muchos hijos: "Si ya hay muchas parejas que no tienen hijos dentro del matrimonio o permanecen solteros”, cada vez hay más mujeres educadas y que trabajan, lo que representa una fuente más de ingresos para la familia; las parejas tienen menos hijos (un promedio 2 hijos) y esto permite a la mujer compaginar mejor su participación en la fuerza de trabajo y crianza de los niños.
Incluso, el hecho de que los abuelos o tíos vivan más tiempo, refuerza las redes de apoyo sobre todo cuando los niños son pequeños. Otro dato, es que dos de cada 4 mujeres recurre hoy en día, a la unión libre para su primera convivencia marital, además de postergar la maternidad. Sin embargo, son cada vez las mujeres de entre 15 a 19 años de edad que se embarazan y tienen menos posibilidades de ingresar al mercado del trabajo.[15] Y más allá de las posibilidades de engrosar al ejercito de reserva con su mano de obra barata, éstas mujeres jóvenes, tienen que enfrentar, en la mayoría de los casos, embarazos no deseados, el abandono y la falta de compromiso de su pareja, así como, el no reconocimiento de la paternidad; Factores que se recrudecen más en las mujeres ante las condiciones desventajosas causadas por el embarazo temprano que además de truncarles sus expectativas, frustran su desarrollo integral y proyecto de vida.
El anterior panorama significa para Cooper que las mujeres terminan haciendo todo lo que el Estado ha abandonado. Ahí esta el caso de la disminución de las guarderías y maternidades, la amenaza de la privatización de la educación, la salud y los servicios como el eléctrico; "Y todas estas cuestiones —concluye Cooper— tienen un impacto negativo en la vida de las mujeres, pues las condena al miedo, a la falta de oportunidades, las hunde en un mayor grado de pobreza."
Tratando de seguir con la lógica de cómo nos definen socialmente como heterosexuales, tal vez resulten acertadas las ideas de Marina Ariza y Orlandina de Oliveira[16], quienes señalan que en las sociedades modernas, la posición de sexo y género dependen de una condición a lo largo de la vida “en virtud de acciones o procesos sociales, a las que el individuo es incorporado por la posesión de determinados rasgos (biológicos) físicos y sociales, reconocidos por ellas o ellos y los demás y, que tienden a ser naturalizados ideológicamente” como lo es, la heterosexualidad.
Tenemos pues, como lo afirman Mary Goldsmith y Judth Sánchez Gómez,[17] que las mujeres en general “hemos sido definidas a partir de nuestros cuerpos y su capacidad reproductiva” así como por el control de nuestra actividad sexual, al grado de vigilar nuestras preferencias y/u orientación sexual. La manera en que el “liberalismo patriarcal” (Bhabha; 1999, 83), “comienza una vez más a medir y a mencionar a las minorías culturales. (…) como un frágil destino político y económico (primordialmente) para las sociedades poscoloniales, enganchadas en la desigualdad y la inequidad, obligadas a padecer los estragos de la globalización como una manera de aumentar y/o exagerar las contradicciones y las ambigüedades de habitar un mundo occidental.”

Volviéndose respetablemente queer
Finalmente habría que reflexionar sobre la propuesta de Aída Hernández Castillo (Castillo; 2001,220) en el sentido de pensar “más allá de un universalismo liberal que en nombre de la libertad niega el derecho a la equidad, y de un relativismo cultural que en nombre del derecho a la diferencia, justifica la exclusión y marginación de las mujeres”, tenemos que construir, replantear y enriquecer al feminismo a que siga oponiendo resistencia al discurso normativo y heterosexista, para abrir un nuevo pensamiento critico, pero sobre todo contextualizar y actualizar los diferentes y diversos pensamientos, debates y reflexiones de la crítica feminista como afirma Eli Bartra; “Entender la dominación y la opresión es entender la lógica del patriarcado, y esto es fundamental para erradicarlo, función primera y última del feminismo” (Bartra; 2002).
Rosi Braidotti (Braidotti;2000) propone por ejemplo, un proyecto político cuyo núcleo se centra en la diferencia sexual; “como concepto que ofrece localizaciones cambiantes para las múltiples voces corporizadas en mujer; para redefinir la objetividad y la subjetividad en toda su complejidad, donde la etnia, la edad, la clase, la preferencia sexual y el estilo de vida operan como variables definitorias de la subjetividad femenina.”
Braidotti asegura que las mujeres ocupamos una posición de subjetividad discursiva porque en nosotras destaca una estructura corporizada del sujeto; "hay una identidad hecha de sucesivas identificaciones, imágenes inconscientes, internalizadas que escapan al control racional, donde la asignación exterior del género, opera como una ficción reguladora".
Por lo que —arguye la autora— entra en crisis la noción de género dentro de la teoría y las prácticas feministas, sobre todo las de tradición anglosajona y universalizantes, porque para Braidotti la noción sexo- género no rompe con la posición binaria masculino-femenino, donde el punto de vista masculino como norma de la humanidad le confiere a lo femenino una relación asimétrica de lo "otro", como noción divisoria.
Braidotti señala además, que las nuevas teóricas feministas sobre todo las europeas "trabajan atendiendo la multiplicidad de variables que participan en la definición y la subjetividad femenina", donde la diferencia sexual "como estrategia, sirva como un modo de invertir la atribución jerárquica de las diferencias para fortalecer la capacidad de acción de las mujeres... Avanzar más allá del dualismo de género, falogocéntrico, al nivel de la identidad, de las identificaciones inconscientes y del deseo y conjugar esos niveles con transformaciones políticas".
En tanto que para Jeffrey Weeks, (Weeks; 1993) con el surgimiento de nuevas políticas en torno a la sexualidad, planteadas por el feminismo, el lesbianismo y los movimientos gay y los Estudios Queer, así como de otros movimientos sexuales radicales (pornografía, sadomasoquistas, paidófilos, entre otros); han llegado a cuestionar, y hasta poner en duda, la credibilidad de la heterosexualidad como norma social imperante.
De ahí, la idea que para los construccionistas[18], añade Weeks, es investigar cómo los significados culturales surgen y cambian: "no en lo que causa la heterosexualidad o la homosexualidad de los individuos, sino en por qué y cómo privilegia nuestra cultura a unos, mientras margina –cuando no discrima- a otros.
Desde este punto de vista, Olga Viñuales (1999) no hay cultura occidental que no controle las prácticas sexuales, porque cualquier discurso que se realice sobre la sexualidad es un discurso sobre el poder. Por lo que para Viñuales, conviene hablar de sexualidad como simbolismo. Esto implica; "estudiar la forma en que los individuos y los grupos de una cultura toleran [o aceptan] las desviaciones respecto a las normas y el modo cómo las tratan. Lo que facilita una comprensión más profunda de la cultura en sí y de las personas que las viven" (VIÑUALES: 1999,17)
En consecuencia asevera la autora, las lesbianas, al tratar de responder al estigma, generarían una identidad con características propias y consecuentemente una subcultura[19]." “La diversidad de significados —que derivarían según Viñuales—, es tan amplia, que bien podemos afirmar que experimentamos la realidad de diferente forma según el lenguaje, el significado social o el valor atribuido a las experiencias vitales".
Después de haber hecho ésta reflexión para responder a las preguntas planteadas por la revista No Tan´queer, de que si alguna vez me he preguntado por qué soy heterosexual, (aunque por opción y decisión soy bisexual); qué causó mi heterosexualidad y a quiénes revelé primero mi heterosexualidad y, si tuviera hijos querría que fueran heterosexuales a pesar de los problemas que deben enfrentar? Antes que nada me sumaría a las propuestas de Bartra, Braidotti y Weeks en el sentido de que primero habría que; Entender la dominación y la opresión del patriarcado, como función fundamental primera y última del feminismo: a las de Braidotti; de crear un proyecto político centrado en la “diferencia sexual, como concepto que proyecte localizaciones cambiantes para las múltiples voces corporizadas en las distintas y diversas formas de ser y hacer de mujer; Para redefinir la objetividad y la subjetividad en toda su complejidad, donde la etnia, la edad, la clase, la preferencia sexual y el estilo de vida, operen como variables de la subjetividad, convergentes con la identidad social y cultural de las mujeres.
Por último, a las propuestas de Weeks, de sumarnos a las nuevas políticas en torno a la sexualidad, planteadas por el movimiento Lésbico, Gay, Transgénerico y Bisexuales, (LGTB), por el reconocimiento de sus derechos sexuales, más allá de los ya planteados por el movimiento feminista; salud sexual y reproductiva y contra la violencia intrafamiliar; sino contra la violencia y discriminación por orientación y/o preferencia sexual, vida, libertad y seguridad personal, libertad de expresión e información, libertad de asociación, igual protección y no discriminación, derecho a la familia, derecho al trabajo, a la salud y a la educación. Esto es, a la equidad de los derechos civiles y políticos con los derechos económicos, sociales y culturales; “como el conjunto de valores universales inherentes a la naturaleza de las mujeres y los hombres, de forma irrenunciable, inderogable y universal, para que las demás personas y las instituciones emanadas de su voluntad colectiva (el Estado, el conjunto de naciones y sus autoridades) protejan su vida, libertad, sexualidad, igualdad, seguridad, integridad y dignidad.” (Gargallo; 2000).


BIBLIOGRAFÍA

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BHABHA, Homi K: “liberalism´s sacred cow”, en Is Multuculturalism bad for women?, de Susan Moller Okin. Estados Unidos de América. Princenton University Press, Nueva Jersey, 1999
BRAIDOTTI, Rosi; Sujetos nómades; género y cultura. México. Paidós, 2000
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