Annette Meyhöfer
En ciertas noches, quizá en uno de esos oscuros bares que se encuentran a las orillas de las antiguas zonas rojas –ahora convertidas en parques multisexuales de diversión–, aún se puede observar algo insólito: un encuentro entre un hombre que gusta exclusivamente de las mujeres o una mujer que quiere a un hombre y nada más. Son seres anticuados, una especie en extinción, que en otros tiempos se llamaban heterosexuales o straights. Hoy se les dice monosexuales o portadores de cromosomas XX y XY, pues ya no es fácil distinguir entre hombres y mujeres. Newsweek y MTV proclaman que la bisexualidad es el estilo de los noventa. Todo se vale. O dicho de otra manera: just grab it. Cuando apenas se había impuesto el lesbian chic y habíamos aprendido a hablar el nuevo lenguaje del amor, el de las butchs (lesbianas "masculinas"), las femmes (lesbianas "femeninas"), las dykes (lesbianas vamp), las lesbianas lipstick (imitadoras de Madonna) y las vanillas (lesbianas "fresas"), la moda ya caducó. Lo nuevo es lo andrógino. Adiós al bilé o, según la preferencia, bienvenido el bilé. Si todavía te queda alguna duda, no olvides que aquella despampanante vamp de melena larga y rizada con zapatos de tacón puede ser un hombre, y ese tipo con botas, rasurado como GI (militar) y con bigotes, una mujer.
Como de costumbre, las estrellas de la música pop se encuentran al frente del movimiento: Courtney Love, el vocalista de REM y la modelo Rachel Williams –para no hablar de Madonna o Sandra Bernhard–. Brett Anderson, del grupo Suede, se describe a sí mismo como "virgen bisexual" porque aún no ha probado las relaciones homosexuales. El editor de la revista Rolling Stone, Jann Wenner, abandonó a su mujer por un hombre. Y el año pasado, la Casandra de moda, Julie Burchill, dejó plantado a su marido, el escritor Cosmo Landesmann, por una sílfide de Modern Review. Para los escépticos la bisexualidad no es más que una moda o el perfume CKOne de Calvin Klein –sustancia cristalina ideada para neutralizar el aroma de la piel tanto de hombres como de mujeres–. Otros diseñadores llevan tiempo flirteando con esta reforma de la moda. Las faldas para hombres y los uniformes stretch de Gaultier son cosa del pasado. Para modelar las colecciones de damas la revista Vogue Uomo empleó varones; fueron los mismos modelos que se prestaron para hacer la publicidad de Dolce & Gabbana en calidad de mujeres. En años pasados, cuando los buenos modales todavía tenían razón de ser, como en el caso de Thierry Mugler, se recurría a travestis (cross-dressers se les llama ahora) para desempeñar la tarea. L@s drag queens (hombres que imitan o crean un personaje femenino) han abandonado los bares underground y han llegado, incluso, a cambiar el corsette por los Levi’s con tal de ingresar al mundo de la publicidad. Ru Paul, la más conocida de estas criaturas nocturnas, es la chica de los cosméticos MAC; además, protagoniza los comerciales de Baileys Irish Cream. Hace poco, la casa editorial de la empresa Walt Disney, Hyperon, sacó a la venta su autobiografía Lettin’ it all out.
La programación familiar de la televisión se ha vuelto un territorio ocupado. Desde Roseanne hasta Melrose Place ninguna telenovela puede prescindir de un cross-dresser u otra criatura semejante. Con los éxitos de Paris is burning, The crying game y Priscilla. Queen of the desert la tentación de representar esta ambigüedad también ha llegado a Hollywood. En la producción de Steven Spielberg To Wong Foo. Thanks for everything. Julie Newmar (Reinas y reyes), las damas interpretadas por Patrick Swayze y Wesley Snipes, ganadoras de un certamen de drag queens, encallan en un pequeño pueblo, donde nunca serán descubiertos por la inocencia de los provincianos. Ambos resultan tan femeninos como Mel Gibson en falda escocesa o Robin Williams en el papel de Mrs. Doubtfire. La extravagancia no tiene límite. Hollywood filmó su propia versión de La jaula de las locas, la misma que Mike Nichols montó en Broadway; con seguridad se producirán otras obras por el estilo. Acaso Holly-wood ha terminado por reconocer la falta absoluta de glamour de Meg Ryan y Julia Roberts.
En los clubes londinenses, por el contrario, l@s drag queens pasaron de moda. Después de haber visto una ya se han visto todas las Judy Garland y las Mae West. En su lugar, se han puesto en boga l@s drag kings, es decir, mujeres con bigotes que en algunos clubes sólo pagan la mitad de la entrada. Incluso John Travolta se ha sumado al trend. Para que su hijo de tres años no crezca con los "estereotipos tradicionales" le pone faldas y vestidos. Tal vez no debería olvidar que en su tiempo la madre de Ernest Hemingway también vistió a su pequeño de mujercita.
Nada de esto es nuevo, ni la liviandad de la moda ni sus prácticas eróticas. Basta recordar los peinados a la garçon de las jóvenes descocadas de los años veinte, el esmoquin de Marlene Dietrich, la moda unisex de los años setenta, a David Bowie y el perfume Charlie. En los años ochenta, cuando la moda volvió a acentuar las diferencias, algunas revistas intentaron reinventar el tercer sexo –el andrógino–, del cual Platón afirmaba que era el verdaderamente original. Hoy todas las figuras de aura ambigua –Eleanor Roosevelt, James Dean y Leonard Bernstein– han resurgido como el ideal a seguir. Quizá alguien sea por fin capaz de apreciar los pasos precursores de J. Edgar Hoover, jefe del FBI, que se mostraba ocasionalmente en la más estricta intimidad en ropa de mujer. De igual manera, los miembros del exclusivo club Bohemian Grove (al que sólo tienen acceso ricos y poderosos del sexo masculino como Henry Kissinger, George Bush, Ronald Reagan y, más recientemente, el ultraconservador Newt Gingrich) se deleitan con una que otra representación de cross-dressing.
Cuando un psiquiatra preguntó a la escritora Edna St. Vincent Millay, visitante esporádica del célebre conventillo de Dorothy Parker en el Hotel Algonquin de Nueva York, si sus constantes dolores de cabeza tenían relación con el hecho de sentirse atraída por mujeres, ella contestó: "Ah, ¿usted cree que soy homosexual? Claro que lo soy, pero también soy heterosexual, ¿y eso qué tiene que ver con mis dolores de cabeza?" Woody Allen dijo alguna vez (aunque la frase no es suya) que, al menos, "la bisexualidad duplica las probabilidades de tener una cita el sábado por la noche". Sí, en efecto, pero también aumenta el número de rivales. Y seguramente pronto aumentará el número de manuales como Wenn Frauen im Dreieck lieben (Las mujeres que aman en triángulo) o Seien Sie niemals eifersüchtig auf seinen besten Freund (Cómo no sentir celos del mejor amigo de su hombre ).
Los diseñadores de moda no se resignan a que sólo la mitad de la humanidad se interese por un género de ropa interior. Cierto, las estrellas de la música pop y del cine –los arquetipos preferidos de los cross-dressers– han sido tradicionalmente los profesionales de la imagen, pero lo que atrae al gran público de los noventa es la polivalencia erótica que durante mucho tiempo fue un placer privado (o no tanto) de unos cuantos y el oscuro deseo de much@s.
Marlene
Dietrich
Newsweek ve nacer una nueva identidad sexual: la gran familia de aquellos que se niegan a definirse sexualmente. En Estados Unidos, la bisexualidad se ha convertido también en una problemática ideológica. Acaso porque todos creen que tienen algo que decir al respecto, no hay tema sobre el que se teorice y discuta con tanta vehemencia como la identidad sexual. En una época en que los grandes antagonismos políticos, sociales y culturales parecen haber pasado al olvido, y los que aún prevalecen están confinados al silencio, la oposición entre los sexos es el único que da la impresión de haber sobrevivido. Es obvio que este discurso desvíe la atención de muchos intelectuales. No hay año en que no surja una nueva ola de publicaciones sobre gender studies y sexual politics, temas que en muchas universidades forman parte integral de los programas de estudio. A la cabeza del desfile teórico se encuentra Marjorie Garber, profesora de Harvard y especialista en Shakespeare, con un extenso estudio sobre el cross-dressing. Los derechos de su obra más reciente, Vice versa. Bisexuality and the eroticism of everyday life, un volumen de 600 páginas, fueron adquiridos por la afamada casa editorial alemana Fischer Verlag. Junto a decanos como Platón, Freud y la antropóloga Margaret Mead (que consideraba a la "heterosexualidad múltiple" –léase: infidelidad– una perversión), se cita ahora a Marjorie Garber como el sustento teórico del tercer sexo. "La bisexualidad es", según Garber, "el punto donde entran en crisis todas nuestras interrogantes acerca del erotismo, la represión y las convenciones sociales". Pero no nos engañemos, la bisexualidad es más frecuente de lo que se supone. Es un hecho que no se manifiesta únicamente durante una determinada etapa de la vida. Ante esta realidad, la autora se ve en problemas de orden conceptual. "La bisexualidad", dice, es "una categoría que en sí misma disuelve el concepto de categoría". Por lo menos puede asegurar que corresponde a la "naturaleza del erotismo humano". A la pregunta de por qué no todos son o se sienten bisexuales, Marjorie Garber contesta con lugares comunes: "Represión, religión, rechazo, negación, negligencia, timidez, ausencia de oportunidades, definición sexual precoz, falta de imaginación o una vida determinada por experiencias eróticas específicas con una sola persona".
La filósofa pop y discípula de Madonna, Camille Paglia –que se considera a sí misma una "drag queen feminista"–, opina que "las queens, al contrario de las feministas, saben que la mujer es la fuerza dominante del universo". En su libro Vamps & Tramps aventura una hipótesis de orden teológico: la bisexualidad es la "mayor esperanza que tenemos de salvarnos de las animosidades y falsas polarizaciones de la actual guerra entre los sexos". Cuando se juega al mesianismo teórico y lo masculino y lo femenino acaban siendo siempre lo mismo la confusión es inevitable. ¿No será que el nuevo tiovivo de los papeles sexuales, que no es tan nuevo después de todo, se reduce tan sólo a otra forma de placer?
En especial los jóvenes, y en esto Garber tiene razón, se han rebelado contra los convencionalismos y hoy se clasifican a sí mismos como bisexuales más que como homosexuales o heterosexuales. Al preguntarle a una adolescente si se definía como homosexual, heterosexual o bisexual, ella respondió: "soy simplemente sexual". De hecho, mucho antes de que genios publicitarios como Calvin Klein lo descubrieran, el look unitario de jeans y playera ajustada característico de los slackers (o generación X) fue un movimiento contra el power-dressing de los años ochenta. Si no hay nada más por conquistar y no podemos decidir nada, al menos queremos decidir cómo vivir: "we are young, we are free, we are bi ".
La nueva androginia de los perdedores sociales, escribe un crítico inglés con sarcasmo, se debe más a razones fiscales que físicas. Para los indecisos, que todavía añoran los lugares comunes, Meryl Cohn publicó recientemente Do what I say. Ms. Behavior’s guide to gay & lesbian etiquette, un manual de buenos modales para futur@s lesbianas y gays. En sus páginas se
Publicidad de Calvin Klein
hace un test: "¿Está segura de que le importan las vidas privadas de Whitney (Houston), Jodie (Foster) y Olivia (New-ton-John)? ¿Dejó de rasurarse las piernas después de la universidad? ¿Sabe quiénes son las examantes de Martina Navratilova?..." Si las respuestas son afirmativas, entonces usted está preparada para ser bi.
En realidad, fue el movimiento gay el que impulsó a los bisexuales a salir del clóset, a pesar de que durante mucho tiempo eran vist@s como marginad@s y "dobles agentes" dentro de sus propias filas. Si la "liberación sexual" significa que uno puede dar rienda suelta a sus inclinaciones, hoy se ha convertido, irónicamente, en un imperativo social: el grupo ejerce una presión para "liberarse". En los talkshows, por ejemplo, cualquiera puede redimirse al confesar públicamente los pecados en los que cree haber incurrido al practicar el amor alterno. Entre las feministas, algunas autoras como Garber, han reflexionado sobre la posibilidad de que el sexo, ya sea sociocultural o biológico, no sea más que una construcción meramente verbal: lo femenino como invención de lo masculino. Esto no significa que la mujer siga siendo una víctima del hombre. Además la nueva y tentadora bisexualidad promete una sexualidad "políti-camente correcta": "...las diferencias, que no son más que otra forma de represión, acabarán por desaparecer". Y el sábado por la noche la cita será entre dos miembros "de una categoría ficticia denominada mujer"; o "un ser humano que casualmente tiene un pene" se encontrará con otro "ser humano que nació sin pene" en busca de una relación que no será, con toda seguridad, "heterocéntrica". Finalmente, el aviso oportuno de una simple heterosexual dirá: "Busco desesperadamente a un ser con cromosomas XY".
©Der Spiegel. Texto traducido del alemán por
Alejandra Greiner y José Manuel Saavedra y
tomado de la revista electrónica FACTRAL
sábado, 28 de abril de 2007
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