sábado, 28 de abril de 2007

Las mujeres y la construcción de la paz

Carmen Magallón Porolés (*)

En todo el mundo están surgiendo iniciativas de mujeres que reclaman el final de los conflictos y la violencia y la construcción de una paz verdadera para sus sociedades. En pocos casos están presentes en las instancias donde se toman las decisiones o en las negociaciones de paz, pero su modelo capilar de actuación crea actitudes y transforma mentalidades. Su privilegio, a la hora de actuar, es que como grupo subordinado y oprimido conocen la visión dominante y desarrollan una alternativa, y esto vale tanto para las relaciones personales como para el ámbito político y social: los mismos valores culturales que subyacen en la violencia contra las mujeres son los que llevan a la guerra. La tradición de la cultura del cuidado; su enfoque, que da prioridad a la vida humana, puede ser una gran fuente de recursos para una cultura de paz.

Los conflictos armados, las guerras a lo largo y ancho del mundo no acaban de erradicarse. Cambian los actores, la tecnología bélica empleada y las estrategias, pero se mantiene su núcleo fundamental: un pulso violento de fuerza entre grupos que compiten por unas metas, con un alto coste en vidas humanas y grandes dosis de sufrimiento extendidas en el espacio y en el tiempo.
Como contrapunto a esta irracionalidad, crece la voz y las iniciativas de los grupos de mujeres en favor de la paz. Parecería que las mujeres, que también toman partido y se involucran en las confrontaciones armadas, fueran, sin embargo, más proclives a mantener un enfoque en el que pesa más, y de un modo real —no sólo retóricamente— la vida humana. No parece casual que sea en las sociedades democráticas, en las que las mujeres están alcanzando cotas de igualdad antes desconocidas, donde se mide con más tiento el poner en riesgo las vidas humanas propias para defender bienes de otro carácter. El aumento de la capacidad de influencia política de las mujeres en una sociedad parece correlacionarse positivamente con un incremento del valor de la vida. Sin duda, ha sido un complejo cúmulo de factores lo que ha conducido a este cambio, pero el caso es que la valoración de la guerra en las sociedades occidentales, ha ido cambiando a lo largo del siglo. Si los hombres se alistaron masivamente en la Primera Guerra Mundial y las mujeres se prestaron a repartir plumas blancas a quienes no querían hacerlo, con el ánimo de ridiculizarlos, hoy en día, para la mayoría de la gente —hombres y mujeres— la guerra ha dejado de ser una empresa gloriosa.

Al hilo de esta evolución se observa cómo las últimas estrategias y tecnologías puestas en marcha por las sociedades industrializadas para intervenir en los conflictos bélicos se diseñan persiguiendo el “objetivo cero” de bajas propias, lo que parece estar en consonancia y poner de manifiesto dos intereses: uno, mantener y diversificar los productos de una industria, la armamentista, que produce rentabilidad económica —verdadero talón de Aquiles de la erradicación de la guerra— y, en segundo lugar, el interés por minimizar los riesgos para los soldados propios, cuya seguridad está en el punto de mira de la opinión pública. Esta evolución tiene una vertiente perversa, tanto por lo que tiene de producción de tecnología sofisticada, cuyo fin sigue siendo el matar, como por la tremenda distorsión ética —racista hasta la médula— que implica el establecer jerarquías entre la vida de los distintos seres humanos: la de los nuestros y la de los otros. Pero tiene también una vertiente positiva, ya que esa defensa a ultranza de la vida humana, aunque sea de los propios, al cuestionar su intercambiabilidad por otros bienes —sea la patria, las ideas religiosas, un territorio, un determinado modo de organizar la sociedad políticamente— da a la vida humana un lugar en la cultura que no tenía antes. Esta valoración, hecha consciente, por coherencia racional y de sentimientos, pide a gritos ser universalizada. Y son precisamente las mujeres las más activas a favor de esta defensa universal de la vida humana. Así, una postura que puede llevar al egoísmo de la defensa a ultranza de los hijos propios manifiesta llevar en sí esa capacidad de universalización. Se ve en el día a día, cuando son las mujeres las que se muestran más capaces de saltar por encima de las barreras y establecer lazos de diálogo y empatía entre grupos enfrentados.

Iniciativas que proliferan en todo el mundo

Shelley Anderson, de la International Fellowship of Reconciliation —una organización fundada en 1919 para promover la transformación social no violenta— piensa que, aunque las mujeres juegan múltiples papeles en un conflicto (son víctimas y también ocasionalmente perpetradoras de violencia), en mayor proporción se convierten en líderes que despliegan ideas innovadoras para construir la paz. Basándose en su conocimiento de grupos a lo largo del mundo, afirma que las mujeres juegan un papel vital en la resolución no violenta de los conflictos. A menudo son las primeras en arriesgarse e iniciar el diálogo entre comunidades divididas, cruzando las fronteras psicológicas y materiales y haciendo posible avanzar hacia la reconciliación. Este hecho está siendo cada vez más reconocido por las agencias de desarrollo y organismos internacionales; también por los Gobiernos y las organizaciones de paz.(1)

El Programa de las Mujeres Constructoras de la Paz tiene, entre sus objetivos, documentar y analizar los éxitos y fracasos de los esfuerzos de las mujeres en la tarea de la reconciliación y de la construcción de la paz. Su coordinadora, Shelley Anderson, explica cómo las mujeres del sur de Sudán se negaron a cocinar para los hombres con objeto de parar la lucha; cómo, en algunas zonas, impidieron el reclutamiento de niños como soldados, hablando con los líderes locales de la guerrilla; cómo en Bougainville las mujeres hicieron incursiones a la jungla, solas, para buscar a soldados de la guerrilla y persuadirles de que abandonaran las armas. Estos ejemplos son una pequeña muestra del trabajo de base que realizan las mujeres a favor de la paz. Un trabajo que
es importante conocer y transmitir.

En la Declaración de Zanzíbar, las mujeres africanas incluyeron una apuesta por utilizar la experiencia y capacidades de la mujeres en la construcción de una paz sostenible y duradera en la zona. También condenaron la proliferación de armas en África, una mecha que hace estallar los conflictos en violencia, el uso de niños como soldados y reclamaron la urgencia de un desarrollo justo y equilibrado en sus países.(2)

Otras experiencias y grupos de mujeres fueron dados a conocer en el grupo de trabajo en red electrónica auspiciado por la Plataforma de Acción de Pekín, del que International Alert for Women Watch, un proyecto de Naciones Unidas,(3) emitió un informe final. Entre ellos se cuentan la Red de Mujeres de Angola (Women's Network-Angola), creada para cambiar las actitudes y la conducta de hombres y mujeres hacia la reconstrucción y el desarrollo del país; las Mujeres por la Paz de Nepal, una organización creada en 1997; el grupo de Mujeres por los Derechos Humanos de las Mujeres (Women for Women's Human Rights) que trabaja con grupos de mujeres del este y sureste de Turquía; el Centro de Investigación de las Mujeres (Women's Research Centre) que lleva a cabo actividades en las que participan mujeres turcochipriotas y grecochipriotas, tratando de mostrar que estas dos comunidades pueden vivir juntas. También en Burundi las mujeres hutus y tutsis crearon organizaciones conjuntas y participaron en las negociaciones de paz en Arusha, Tanzania.

En otras partes del mundo, en una realidad tan dura y compleja como la colombiana, las Mujeres de la Ruta Pacífica apelan a la sororidad, a la confianza y el apoyo entre mujeres para construir la paz, y transformar la realidad. “La sororidad entre mujeres nos da fuerza para expresar nuestro profundo rechazo a la guerra. Porque juntas somos más, porque juntas y reconociéndonos mutuamente podemos expresar a todos los guerreros que no nos sentimos representadas en ninguna de sus razones, las cuales afectan a nuestra dignidad y al legado amoroso que queremos dejar a nuestros hijos e hijas; juntas y hermanadas podemos pensar y hacer en grande, juntas y hermanadas podemos parar la guerra”.

La Ruta Pacífica de las mujeres colombianas es una iniciativa que, desde 1996, realiza marchas y encuentros en distintos lugares del país para abogar por la salida negociada al conflicto. Se distancia de todos los actores y apoya a los municipios que se declaran neutrales activos.(4) Según manifiestan en sus comunicados, esta iniciativa —que es una propuesta feminista, pacifista, antibélica, antimilitarista y defensora-constructora, según sus propias palabras, de una ética de la no violencia— se inspira en la experiencia de grupos como las Madres de la Plaza de Mayo y Mujeres de Negro. El mes de agosto del año 2000, junto a las mujeres de la Organización Femenina Popular (OFP) —mujeres del Magdalena Medio, una de las organizaciones más antiguas del país— decidieron constituirse como Mujeres de Negro de Colombia. Siguiendo los pasos y la filosofía de lo que hoy constituye una amplia red de mujeres en distintos países del mundo, los últimos martes de cada mes, portando flores amarillas, vestidas de negro y en silencio, expresan su rechazo a la guerra y a las distintas violencias que se sufren en Colombia, manifestándose en distintas ciudades. Dicen haber recogido el legado de las Mujeres de Negro
palestinas e israelíes y de las Mujeres de Negro de Belgrado y Kosovo.

“Juntas podemos presionar la tramitación negociada del conflicto armado colombiano, que no se paren las negociaciones, juntas podemos decirles que se abran nuevas mesas de negociación y que pensamos que deben incluirse allí los intereses y las propuestas de las comunidades. Juntas podemos exigir la humanización del conflicto, el respeto de las organizaciones sociales y de la sociedad civil que no cree ni apoya las propuestas guerreristas y sobre todo presionar a los actores armados para que se comprometan con el respeto y la aplicación del Derecho Internacional Humanitario, con la firma de un acuerdo humanitario donde empeñen su responsabilidad en el respeto de la población civil, ante la comunidad nacional e internacional”.(5)

Señala Shelley Anderson(6) que, paradójicamente, la marginación política de las mujeres a menudo les ofrece mayores posibilidades y espacios para la construcción de la paz. La posición de marginación de las mujeres hace que puedan ser percibidas como ajenas a la influencia de los actores más polarizados en el conflicto. Como los motivos para involucrarse derivan en gran medida de la necesidad de proveer las necesidades de su familia, especialmente los niños y niñas —de nuevo la preservación de la vida humana—, esta preocupación por la familia da a muchas mujeres permiso para entrar en territorio político masculino, antes prohibido. En consecuencia, las iniciativas para hacer la paz que vienen de parte de las mujeres merecen a la comunidad una mayor confianza que aquéllas que provienen de la elite política.(7)

Esta reflexión puede conducir de nuevo a aquel viejo concepto de Virginia Woolf, que ha sido invocado desde el pacifismo feminista para caracterizar la postura de las mujeres ante estructuras y dinámicas que fueron configuradas sin su concurso: la extrañeza. Las mujeres mantienen distintos grados de extrañeza con respecto a las instituciones sociales. En los países democráticos la extrañeza es menor, pero pervive en muchos aspectos, por ejemplo, en las raíces simbólicas. En los otros, además de extrañas, las mujeres son objeto de discriminación y abuso. Como extrañas a las estructuras políticas, las mujeres tienen la libertad de proponer y llevar a cabo soluciones innovadoras ante los conflictos. Como extrañas a los valores patriarcales, pueden postular otros, buscar sus propias palabras y tratar de no transitar por los errores de los varones. Es lo que hacen muchos grupos de mujeres: desarrollar iniciativas que enfocan el problema desde otra perspectiva.

Ahora bien, si realmente se considera que la paz es un bien y que las mujeres están en una posición de privilegio para construirla, habrá que dar pasos para lograr que se oiga su voz en las mesas negociadoras, porque si las mujeres carecen del poder político necesario para influir en la toma de decisiones, sus perspectivas y las soluciones innovadoras que éstas alumbran puede que nunca lleguen a ponerse en marcha.

“Antes de que sea tarde, dejen a las mujeres hablar, dejen a las mujeres actuar”

Esta frase, compendio de una postura que conforma un nuevo paradigma, es de Bat Shalom, una organización feminista y por la paz que trabaja para conseguir una paz justa entre Israel y sus vecinos árabes. Bat Shalom, que también colabora con Mujeres de Negro —organización de la zona que dio origen a la red internacional de grupos feministas no violentos que llevan este nombre y que fue especialmente activa en la última década contra la guerra en los Balcanes— conforma, junto al Centro de Mujeres de Jerusalén, la iniciativa Jerusalem Link.

Su postura se hizo grito, a través de la red electrónica(8) cuando, a finales de 2000, se agudizó la tensión en Oriente Medio. Pedían un lugar para las mujeres en las conversaciones, en la negociación. Ellas, dicen, están convencidas de que el pueblo israelí y el pueblo palestino pueden vivir juntos, que pueden “compartir los recursos de esta tierra, su agua, su vino y sus lugares sagrados. Es posible compartir Jerusalén; el área completa puede ser compartida entre las dos naciones independientes e igualitarias”. Quieren, con firmeza, que cese la locura que conduce a sus hijos a morir o a matar. “Dejen a las mujeres palestinas e israelíes guiar el camino”, reclaman con insistencia: “las mujeres israelíes lograron cambiar la opinión publica sobre la terrible y sin sentido guerra de Líbano. Las mujeres palestinas fueron valientes luchando en unión con las mujeres israelíes en las iniciativas por la paz. Nosotras podemos encontrar el fin de este círculo de violencia”.

El grito de estas mujeres toma su raíz y se configura a partir de un lenguaje propio, desgraciadamente poco audible desde los ámbitos en los que se toman las decisiones. Su demanda nace de un sistema de valores que conforma un paradigma diferente al que ahora envuelve a ambos contendientes, en el que se trata “de encontrar el camino de un sentido común que los hombres no han encontrado”, que opta por el reconocimiento de la fragilidad como un punto de partida que conduce a la racionalidad y que rechaza una determinada concepción de la fuerza —la fuerza bruta—. “Los hombres nos dicen: no os asustéis, sed fuertes. Es cierto, estamos asustadas, pero queremos que ellos también estén asustados. Nosotras no queremos ser fuertes. Ni queremos que ellos piensen que son bastante fuertes como para hacer desaparecer a la otra nación o para sucumbir en derrotas y desgracias. Creemos que todas y cada una de las personas tienen derecho a vivir en paz y con dignidad… Ni Palestina ni Israel deben creer que es posible conseguir la paz a través de la violencia”.

En el paradigma desde el que hablan estas mujeres, la seguridad no nace de la fuerza sino del hecho de ser “buenos vecinos”, de la convivencia. Hacia ese convivir habrían de apuntar los esfuerzos de las partes. Pero esta visión, que ha sido defendida y es apoyada por otras mujeres en distintos lugares del mundo, choca con la existencia, según sus palabras, “de hombres con demasiado ego, involucrados en el incendio de este pedazo de tierra”.

Finalmente, en su llamamiento, Bat Shalom proponía a la comunidad internacional la formación de un cuerpo de mediación internacional formado por mujeres que escuchen y faciliten las salidas negociadas. También, que todos los equipos implicados en las negociaciones incluyan por lo menos el 50% de mujeres, tanto entre los dirigentes palestinos como entre los israelíes, en los equipos de la ONU y en los representantes de los Gobiernos involucrados en la resolución del conflicto.

Decidir sobre la guerra y la paz

En 1995, la Cuarta Conferencia sobre las Mujeres acordó una Plataforma de Acción para reclamar a los Gobiernos y la sociedad civil la igualdad entre los géneros. La Plataforma identificó doce áreas críticas de preocupación para las mujeres: la pobreza, la salud, la economía, la educación, los medios de comunicación, la toma de decisiones, los derechos humanos, el medio ambiente, los mecanismos institucionales para afrontar las cuestiones de género, la violencia, el trato a las niñas y los conflictos armados. Entre los objetivos estratégicos incluidos en la Plataforma estaba lograr el aumento de la participación de las mujeres en los procesos de solución de conflictos, precisamente en los niveles en que se toman las decisiones.
Como se ha visto en el ejemplo de Oriente Medio, es éste uno de los asuntos que preocupan a los grupos de mujeres por la paz: cómo aumentar la participación de éstas en la toma de decisiones. Hay algunos ejemplos de avance en este sentido. Así, la Iniciativa de Mujeres de Liberia (The Liberia Women Iniciative), fundada en 1994 para presionar a los políticos y a los llamados señores de la guerra, constituye el mayor grupo de presión de mujeres en Liberia. Este grupo se involucró en el proceso de paz de su país, con presencia en las conferencias de paz, empezando por el Encuentro de Akosombo, en Accra (Ghana).

En términos generales, la proliferación de experiencias de construcción de la paz llevadas a cabo por las mujeres no se corresponde con su avance en la opción de decidir. Este problema ha llevado a poner en marcha campañas para promover el cambio del estado de cosas y favorecer el acceso de las mujeres a las mesas de negociación. En una de ellas, la campaña de International Alert, las líneas de orientación práctica incluyen promover el acceso de las mujeres a las instituciones y trabajar por un cambio de los varones que erradique determinadas concepciones —ligadas a la violencia— sobre la masculinidad, ofreciendo nuevos modelos para la construcción de su personalidad.(9)

En este asunto se da cierta contradicción que es objeto también de debate, al observarse que las mujeres que acceden al poder de decidir, aunque no suceda siempre, son en mayor medida aquéllas que han hecho propio el paradigma dominante, que han asumido las formas de hacer política en las que están profundamente imbuidos unos criterios de valor que son los que generalmente conducen al recurso a la fuerza, a la violencia. De modo diferente, las que se sitúan fuera del engranaje del poder son las que pueden moverse bajo un paradigma propio: el cuidado, la empatía, la relación, la defensa de la vida pero, en gran medida, no poseen la influencia necesaria para que estos valores prevalezcan. La contradicción que se debate se resumiría así: si estás dentro de las instituciones, eres absorbida o absorbido (esta contradicción atañe también a los varones) por las estructuras de intereses que conforman el engranaje del poder; si estás fuera careces de poder.

La delimitación no es tan tajante. Es cierto que existe un modelo lineal de toma de decisiones que actúa sobre la realidad y pone en marcha acciones clave para la vida y la convivencia de las gentes. Para accionarlo hay que estar en lugares de poder, lugares en donde no suelen estar las mujeres ni aquellos hombres que no se ajustan al paradigma. Pero existe también un modelo capilar de actuación, que tiene un alcance pequeño, pues se basa en la implicación e interacción personales, pero que es más profundo, que conciencia, crea actitudes y transforma mentalidades. Es en este segundo modelo en el que se sitúan mayoritariamente las actividades de las mujeres. Más ligada a la construcción de la paz y a la reconstrucción social que a la negociación, la acción de las mujeres, no obstante, sí tiene impacto y repercusiones —en este sentido también posee poder— porque su impacto va a la raíz de la convivencia y conlleva la implicación profunda de las personas y comunidades.

La cultura de las mujeres, fuente de recursos para la paz

Reclamar un sitio para las mujeres en los lugares de decisión sigue siendo importante, aunque hacerlo conduzca de nuevo al debate de por qué las mujeres en cuanto tales habrían de ser consideradas como grupo sustantivo en las negociaciones de paz. Un debate que se mantiene vivo en el pacifismo feminista. La polémica en torno a la pretensión de que las mujeres valoran y defienden de un modo más radical y coherente la vida humana puede expresarse también como la cuestión de si su situación social les otorga un privilegio epistémico —no sólo mental sino vital— que hace que sus propuestas sean preferibles si se pretende avanzar hacia una cultura de paz.(10)

Quienes abogan por una voz para las mujeres no niegan la pluralidad entre ellas. Hay mujeres que pertenecen, por ejemplo, a la Asociación Nacional del Rifle en EE UU, y estas mujeres poco comparten con las de la Coalición para el Control de Armas de Australia. De ahí que no pueda asumirse que todas quieren lo mismo, ni que todas piensan lo mismo cuando se trata de enfrentar los conflictos. Factores como la situación geográfica, la religión, la alineación política, el status de clase, la salud y la edad, entre otras, son variables que diversifican a hombres y mujeres y les convierten en individuos irreductibles. Pero esto sucede en muchos más casos y, sin embargo, sin negar al individuo, se sigue apelando a los intereses y las experiencias de grupo en el juego de las relaciones sociales.

El privilegio epistémico y de acción de las mujeres se apoya, siguiendo a Harding,(11) en uno de los aspectos de las vidas de las mujeres que las configuran como grupo: la opresión o subordinación por el hecho de ser mujeres, la doble visión que esto genera —las mujeres y, en general, los grupos oprimidos conocen la visión dominante, a la vez que desarrollan una propia— y su consiguiente potencial de cambio. Se puede decir que este enfoque se apoya en la parte negativa de las vidas de las mujeres. No hay que olvidar que, para las mujeres, la guerra continúa en tiempo de paz. Los malos tratos por parte de la pareja, los asesinatos son una lacra generalizada, que ahora ya se puede ver por televisión pero que ha estado oculta durante siglos. Para una mujer maltratada no existe diferencia entre tiempo de guerra y tiempo de paz. Y de la violencia doméstica y la violación a la violencia pública en los conflictos armados hay una continuidad violenta que ha de ser erradicada. Las mismas actitudes y valores que subyacen en la violencia contra las mujeres son las que dan lugar al estallido de la violencia de guerra. De esta situación se derivan intereses comunes para las mujeres y también concluir que trabajar por sus derechos, por su reconocimiento social y su valoración, contribuye a minar las bases de la violencia.

Existen otros aspectos en las vidas de las mujeres, aspectos en positivo, que cimentan su privilegio epistémico y constituyen una riqueza a tener en cuenta. Es su cercanía a lo corporal, dado que los cuerpos les han sido encomendados y que su propio cuerpo les evoca esa potencialidad de dar la vida. Como ha escrito Elena Grau, “este pensamiento que nace de la experiencia del cuerpo femenino y de la continua escucha de otros cuerpos no puede hacer abstracción de la vida humana. En no hacer abstracción de la vida humana, en no prescindir de los cuerpos, reside la aportación del pensamiento femenino a la cultura de paz”.(12) Y es el trabajo de cuidado de los niños y niñas, de los ancianos, de los enfermos; el mantenimiento de la comunidad local, la búsqueda de comida, de agua, el mantenimiento de la agricultura de subsistencia en lugares donde no hay otros recursos, el cuidado de los animales, de los bosques, lo que sitúa materialmente a las mujeres en una relación más estrecha con la vida, porque se realiza para mantenerla. No son perfectas, pero ejercen tareas que merecen un reconocimiento social más claro, no sólo retórico. Las tareas de cuidado son fuente de recursos para una cultura de paz y responsabilidad de hombres y mujeres.


(1) Shelley Anderson es coordinadora del Programa de las Mujeres Constructoras de la Paz (Women's Peacemakers Program), iniciativa de la International Fellowship of Reconciliation, una ONG extendida en 60 países.
(2) Mujeres de África por una cultura de paz, Primera Conferencia Panafricana sobre cultura de paz y no violencia, Zanzíbar, 17-20 de mayo de 1999.
(3) International Alert for Women Watch, “Good Practices, Lessons Learnt, Challenges and Emerging Issues”, for implementing the Beijing Platform for Action, 1999.
(4) Véase Marta Colorado López, “Ruta Pacífica de las Mujeres colombianas”, En Pie de Paz, Nº 52, pp. 36-39, 2000.
(5) Declaración de la Ruta Pacífica de las Mujeres por la tramitación negociada del conflicto armado en Colombia, 21 de noviembre de 2000.
(6) Shelley Anderson, “Cruzando las fronteras”, En Pie de paz, Nº 53, 2001.
(7) Este papel de las mujeres como favorecedoras de la confianza mutua fue señalado por Angela E.V. King, Consejera Especial para los Asuntos de Género y el Avance de las Mujeres de Naciones Unidas, cuando estuvo al frente de la Misión de Observación de Naciones Unidas en Suráfrica .
(8) Mensaje enviado a través de la Red de Mujeres de Negro por Bat Shalom, POB 8083, Jerusalem 91080, Israel. Tel: +972-2-563 1477; Fax: +972-2-561 7983, http://www.batshalom.org, noviembre de 2000.
(9) From de Village Council to the Negotiation Table, The International Campaign to promote the role of women in peacebuilding, International Alert, Londres.
(10) Sobre esta cuestión véase: Elena Grau, “Sentada en mi lado del abismo. Sobre Tres Guineas, de Virginia Woolf”, En Pie de Paz, Nº 52, pp. 40-47, 2000; Vicenç Fisas (ed.), El sexo de la violencia. Género y cultura de la violencia, Icaria, Barcelona, 1998; y Carmen Magallón, “Hombres y Mujeres: el sistema sexo-género y sus implicaciones para la paz”, en Seminario de Investigación para la Paz (ed.), El Magreb y una nueva cultura de la paz,.Diputación General de Aragón, Zaragoza, 1993, pp. 334-350.
(11) Sandra Harding, “Women's Standpoints on Nature. What Makes Them Possible?”, en Sally Gregory Kohlstedt y Helen E. Longino (eds.), Women, Gender and Science: New Directions, Osiris, Ithaca, N.Y., 1997. A Research Journal devoted to the History of Science and its Cultural Influences, pp. 186-200.
(12) Elena Grau, “No prescindir de los cuerpos”, En Pie de Paz, Nº 53, 2001.

Las opiniones de los artículos no reflejan necesariamente las del Centro de Investigación para la Paz (CIP), y son responsabilidad de los autores.
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(*) (Carmen Magallón Portolés es miembro del Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza y del colectivo de redacción de la revista En Pie de Paz).
Artículo tomado de:
http://www.fuhem.es/cip/arti73.html -- Centro de Investigación para la paz -- Papeles de cuestiones internacionales, nº 73 (invierno 2001)

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