Ximena Bedregal
1.- Aunque el tema de la guerra, esa constante en la macrocultura patriarcal, ha sido un tópico de reflexión, acción y preocupación en todas las etapas del feminismo, la oposición a ella no ha sido unánime ni en todos los momentos ni en todos los sectores feministas ni tampoco en todas las guerras. Las posiciones feministas al respecto han pasado por tantas etapas y diversidades, como el mismo movimiento. Hoy mismo hay amplios sectores activos en contra de la inminente guerra bushiana como también hay “feministas” estadunidenses que apoyan y votan a favor de las acciones de su gobierno. Sin embargo, en la última década la reflexión sobre la guerra, que era un tema casi de las expertas, se ha extendido y se va profundizando en la medida que:
a.- Las propias mujeres han ido re-elaborando la historia de las guerras desde sus vivencias, memorias, análisis de los datos y elaboración de nuevos datos, hasta hace poco invisibles e irrelevantes para la historiografía y la estadística oficial.
b.- El cuerpo teórico feminista ha profundizado su conocimiento, reflexión y teorización sobre el sistema patriarcal, sus lógicas internas, sus simbologías y sus metáforas constructoras de viriles sociedades envueltas en irresolubles conflictos.
c.- La controversia sobre la dificultad/necesidad/posibilidad de pensar nuestra historia de mujeres e imaginar nuestro futuro ajenas a las identidades de clase, raza, religión e intereses nacionales en que ha dividido a las personas el patriarcado, y por fuera de las adscripciones a instituciones, partidos políticos o bloques ideológicos desarrollados y manejados por la masculinidad, elementos estos últimos que con mucha frecuencia no sólo han hecho retroceder la comprensión de la guerra y la violencia, sino incluso han roto o paralizado la unidad de las feministas para percibir y enfrentar los riesgos.
d.- Los cambios internos en la tecnología y la “moral” de las guerras contemporáneas, que han invertido el número de víctimas civiles, de 15 por ciento en la Primera Guerra Mundial, a casi 80 por ciento en las actuales conflagraciones, siendo mujeres y niños la amplísima mayoría. Las hoy llamadas crisis humanitarias por guerras, tienen su dramática iconografía en el rostro dolorido o en el cuerpo famélico de una mujer. Si hasta hace poco las mujeres como víctimas o como actoras de las guerras eran invisibles, la masacre de mujeres que hoy producen se ha vuelto casi inocultable (cuasi visibilidad también hecha a golpe de lucha feminista).
2.- El impulso para interrogarse acerca de las repercusiones de las guerras sobre las mujeres, llega con el feminismo de los 60 y 70. Basadas en la historiografía oficial que destacaba los “servicios a la patria” que habían hecho las mujeres al participar en la mantención de la “retaguardia” (al reemplazar en los servicios y en la producción de bienes de consumo y armamento a los hombres que masivamente iban al campo de batalla); en la idea de que el trabajo remunerado es en sí mismo un paso imprescindible para la emancipación; en el desarrollo de la historia social, en un trabajo de historia oral, testimonial y en primera persona, donde recogen la idea de que esta salida al trabajo remunerado había cambiado la vida de las participantes, dándoles fuerza y seguridad -“nada volvió a ser como antes, salimos de la jaula” decían muchos testimonios-, se plantean las hipótesis de que:
La incorporación de las mujeres al trabajo remunerado a la que habían obligado las guerras, jugó un papel emancipador al permitir descubrir nuevas posibilidades, capacidades, movilidades y confianza en sí mismas. Que las guerras habían propiciado una ruptura no sólo del orden social, sino también del orden familiar y sexual, reestructurando los límites para las mujeres y finalmente, que se había puesto fin a la guerra como una empresa exclusivamente masculina y que por tanto, se habían abierto nuevas responsabilidades para las mujeres en lo público. En otras palabras, se plantea la hipótesis de que las guerras (mundiales) no sólo habían sido mero duelo, sufrimiento y agobiante función maternal para las mujeres sino que también había tenido un carácter emancipador.
Las primeras en negar estas hipótesis son las inglesas Grail Braybon y Deborah Tom. Luego, esta revisión crítica de la historia se ampliará a francesas y alemanas y finalmente, cuando nace y se profundiza el concepto de gender system, la crítica no solo encontrará bases fácticas y estadísticas sino también conceptuales.
El desarrollo de este debate y sus respectivas investigaciones, es largo, lleno de datos históricos y estadísticos que bien valdría la pena que sean revisados por el feminismo de hoy, en especial el que postula el “empoderamiento” dentro del sistema, pero me atrevo a sintetizar las objeciones en las siguientes:
a.- Los cambios no solo fueron superficiales y totalmente provisionales, un paréntesis antes de la vuelta a la “normalidad”, sino que la incorporación masiva de mujeres al trabajo remunerado ya había iniciado antes de la (primera) guerra y esta se amplió y se contrajo únicamente según las necesidades de los trabajadores/soldados varones en cada etapa de la confrontación bélica. Por otra parte, si bien las demandas de la producción aumentaron en muchos momentos puntuales los salarios, el desarrollo del sindicalismo en la preguerra, en manos de los varones, hizo que toda negociación cautelara los puestos y los beneficios sociales para ellos y garantizara la temporalidad para las mujeres.
b.- Las guerras profundizaron y ampliaron a niveles apoteósicos, los valores de la masculinidad (militarismo, verticalismo, nacionalismo). Al estar las mujeres bajo un enorme bombardeo de estos valores articularon sus propias necesidades de remuneración e independencia con estos. Por ejemplo, al ligar a las mujeres a la idea de patria, la primera guerra mundial terminó el proceso de nacionalización de las mujeres, identidad que hasta entonces no era aún suficientemente sustancial en sus ideas de sí mismas. A esto se refiere Virginia Wolf cuando escribe “como mujer no tengo patria, el mundo entero es mi tierra”.
c.- Sólo las mujeres que participaron en las tareas más relacionadas al frente de batalla cumplieron papeles “de importancia”, misma que se valorizaba por los intereses de la guerra y no por los de su género. Mientras, debido al agotamiento por las triples jornadas y las restricciones que imponía la guerra y el “buen rol materno” durante la Primera Guerra Mundial, se duplicó la mortalidad infantil y la materna y se triplicó la mortalidad femenina de mujeres entre 15 y 30 años de edad.
d.- Lejos de tener un carácter emancipador, la guerra bloqueó el movimiento de emancipación de las mujeres que, desde sus propias necesidades e imaginaciones de género, se venía gestando desde principios del siglo XX en toda Europa. Las guerras no impulsaron la emancipación, sólo retomaron temporalmente la que ya existía y lo hicieron para los intereses y las simbologías de la masculinidad, que en vísperas de la primera guerra estaba en crisis. Esto permite al finalizar la guerra, que con mucha facilidad se vuelvan a conferir a las mujeres sus funciones de madres prolíficas, amas de casa y esposas sometidas y admiradas.
e.- El feminismo anterior a 1914, fuerte, diverso, de gran ofensiva imaginativa y que formulaba sus reivindicaciones tanto en nombre de la igualdad de todos los seres como de la especificidad de cada sexo, al terminar la primera guerra se transforma en uno más unívoco, que acepta las concepciones comunes de lo masculino y lo femenino y que exalta la complementariedad de los sexos y la maternidad como naturaleza propia de las mujeres.
3.- Antes de la primera guerra, el feminista ya era un movimiento internacional, con organizaciones y contactos entre países y desde 1899 había proclamado su apego a la paz, la “unión sagrada entre mujeres” y sugerido que el sufragio femenino eliminaría la guerra. La corriente liberal, cohesionada en la lucha por el voto, contaba con dos grandes organizaciones, el Consejo Internacional de la Mujer, con 25 países afiliados y 15 millones de inscritas y la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, de tendencia más radical.
La corriente socialista a su vez, unida en el Movimiento Internacional de Mujeres Socialistas, ponía por delante la solidaridad de clase, negando el beneficio de cualquier alianza con “las burguesas”.
Estas alianzas internacionales se quiebran con el advenimiento de la guerra. Las organizaciones liberales, por un lado, suspenden sus reivindicaciones a nombre de la unión sagrada entre mujeres en beneficio de un “nacionalfeminismo” que exhorta a servir a su patria y a unirse con el bando “correcto”. “Mientras dure la guerra, las mujeres del enemigo también serán enemigo” se escribe en Francia en 1914.
Por otro lado, se despliega una verdadera ferocidad contra aquellas feministas, sus ex amigas, que se mantuvieron fieles a los principios pacifistas acusándolas de “ceguera y derrotismo criminal”. Para 1916, las estadounidenses de este sector habían incluso inaugurado campos de entrenamiento para mujeres y declarado que ante el “pacifismo debilitante”, solo puede darse un “realismo” que una a las mujeres con el movimiento de hombres.
(Permítanme aquí un paréntesis: La nacionalización de las mujeres ha sido tan exitosa que ni la experiencia de derrotas femeniles a través de las guerras ha terminado de poner en cuestión el papel negativo de los nacionalismos en los objetivos de las mujeres. Quién esto escribe presenció, 80 años después, esta misma situación entre mujeres bosnias y serbias que hasta hacía poco eran compañeras y amigas de grupos feministas. Las serbias lloraban y trataban de explicarles a las bosnias que ellas no eran las agresoras, que al contrario, eran hermanas feministas luchando contra lo mismo. La respuesta fue: “ustedes tienen la sangre de los que nos violan, no pueden ser mis hermanas”. Después de mucho análisis, tiempo y trabajo han vuelto a encontrarse, han entendido el papel del nacionalismo y, me parece, unas y otras tienen mucho que enseñarnos.)
Las feministas antiguerra, no obstante ser minoría, criticadas vehementemente por las otras feministas y por los propios países beligerantes, desplegaron una gran actividad y ocupan un sitio importante y de proa en las iniciativas pacifistas del siglo (en EU incluso formarán el Partido de Mujeres por la Paz). Entre las iniciativas más relevantes estuvieron el Congreso Internacional por la Paz Futura, en La Haya, innumerables campañas contra los sentimientos belicosos y la iniciativa de una convención de países neutrales para que mediaran y lograran la paz (que solo logra una primera y única convención). Entre los aportes reflexivos el más importante fue la relación que hicieron entre el sometimiento de las mujeres y el triunfo de todas las formas del militarismo.
La internacional de mujeres socialistas también, por un lado, se debilita primero y se quiebra después en la misma medida que se quiebra la internacional obrera, y por otro, sufre el embate de las posiciones de los partidos socialistas de la época. En 1915, la líder socialista alemana Clara Zetkin, lanza un llamamiento por la paz a las mujeres socialistas y convoca a una conferencia internacional, misma que saca una resolución de “condena a la guerra capitalista” y un llamado a las mujeres proletarias, madres y compañeras víctimas del dolor y de la miseria, a ocupar el lugar de los hombres reducidos al silencio y salvar a la humanidad. Zetkin, pronto en prisión y muy enferma, no puede ya continuar su lucha pacifista y es reemplazada por Luise Zietz en la organización de mujeres. Luise vacila por mucho tiempo entre la fidelidad al partido o a sus principios feministas pacifistas hasta que es expulsada. No obstante que forman otro partido, pierden muchas afiliadas y la lucha se debilita.
La vuelta a la “normalidad” de entreguerras con sus válvulas de escape de “nuevas libertades para las mujeres”, la obtención del voto para ellas en la mayoría de los países del norte, que había sido la principal reivindicación movilizadora en los últimos 50 años, hace que la Segunda Guerra Mundial encuentre un movimiento feminista debilitado y sin mucha capacidad de cuestionarla. Esto se hace aún más difícil ante las barbaridades cometidas por los regímenes nazi-fascistas, que revisten a esta guerra y a la participación de las mujeres en todas las formas de la resistencia de un cierto carácter humanitario y salvador, de muy complejo análisis histórico, ético y político, en especial si se lo enfrenta ante hechos consumados (el holocausto) y no se lo hace viendo históricamente los pasos que dieron o dejaron de dar, a tiempo para evitar el ascenso de Hitler y la consolidación de los militarismos alemán, italiano y japonés, quienes detentaban los poderes y las relaciones político-económicas en esos años de entreguerras. Lo que es claro, es que el poder no lo tenían las mujeres.
4.- Independientemente de las diversas interpretaciones que se hicieran, dentro de la potente y extendida nueva ola de feminismo de los 60 a los 80, sobre el papel que las guerras mundiales jugaron en el destino de las mujeres, dos nuevos elementos marcarían una inflexión en la relación entre feminismo y guerra/pacifismo: a.-) la revisión feminista de la historia en general y de la de las guerras en particular y, b.-) la guerra fría, con su cúmulo de guerras calientes.
La búsqueda de una historia de las mujeres desde el feminismo junto al desarrollo de su cuerpo conceptual, empieza tanto a sacar a luz realidades que antes no se veían o resultaban solo datos tan irrelevantes, “normales y propios de las guerras”, como a comprender mejor las relaciones entre guerra, masculinidad y violencia contra las mujeres. Se estudian y hacen visibles tanto las estadísticas sobre los efectos económicos, sociales, sicológicos y físicos de las guerras en las mujeres, como la violencia sexual en los conflictos bélicos. Realidades como las decenas de miles de argelinas violadas por los soldados franceses en la guerra de independencia, las esclavas sexuales de los japoneses (llamadas “mujeres de confort” y donde también participaron los estadunidenses después del triunfo), el numero de violadas por alemanes y aliados en la segunda guerra, entre otros muchos casos, empiezan a ser fuentes de información, denuncia y análisis.
La guerra fría no sólo mantiene al mundo –que desde Hiroshima conoce el potencial destructor de las nuevas armas- en una permanente tensión, sino que instala la perversa idea de que sólo es posible mantener la paz si uno de los dos bloques es capaz de mostrar su mayor poder de destrucción, esto es, si se mantiene en guerra permanente, ahora llamada eufemísticamente “guerra fría”. Si hasta antes de la segunda guerra el mundo empleaba un tercio de sus recursos en la creación de armas, al final de la guerra fría estaba invirtiendo dos tercios en el desarrollo y construcción de instrumentos de destrucción y muerte, muchos de los cuales –en especial por parte del boque occidental al mando de Estados Unidos- fueron probados en las diferentes guerras calientes de la guerra fría.
Importantes y diversos movimientos antinucleares y pacifistas se desarrollan en el mundo, en especial en el llamado “primer mundo”. El desenlace de bumerang de la guerra de Vietnam, que fue cambiando el símbolo de veterano héroe de la patria por el de innumerables, patéticos, desechos inservibles (vivos y muertos) fue muy importante en la conciencia pacifista. El feminismo no sólo fue parte importante de este movimiento por la paz, a veces fue su impulsor. Sus propios nuevos conocimientos sobre guerra, ritualidad viril, violencia contra las mujeres, se articulan con esta realidad de amenaza bélica.
Muchos son los ejemplos, pero uno de los más significativos por su despliegue autónomo, por su contenido dirigido a las bases mismas de la identidad nacional y por sus resultados que pusieron en cuestión los arquetipos de la identidad nacional masculina, fue el movimiento australiano por la resignificación del Día de Anzac. Larga es su historia para tan poco espacio pero unas pocas palabras de las propias feministas australianas ayudarán a comprender su sentido: “Día de Anzac, esa peculiar celebración australiana de patrioterismo. A los escolares australianos se les enseña acerca del coraje y sacrificio de los hombres en tiempo de guerra, aprenden la leyenda Anzac, sobre los ´Diggers´, aquellos hombres ´altos, bronceados´, héroes de nuestro día nacional; sobre los miles de soldados que murieron haciéndose ´hombres´ y convirtiendo a Australia en una ´verdadera nación´. Cada 25 de abril el país se paraliza, los veteranos desfilan y se depositan coronas en los ´altares del recuerdo´. Día de Anzac. Para nosotras un símbolo muy potente, una conmemoración de un rito de transición masculina: el sacrificio de la vida de 60 mil australianos hombres en la guerra del 14, nuestra contribución a la supervivencia del Imperio Británico visto, paradójicamente, como nuestra mayoría de edad como nación”.
La movilización inicia en 1977 y continúa hasta el 83. En todo el país las mujeres empiezan a marchar también y depositan banderas, pero para denunciar las masivas violaciones a mujeres silenciadas en el mito de Anzac. Al inicio no les hacen caso, pero pronto empiezan a molestar y se las trata con violencia, son fuertemente reprimidas, criticadas y atacadas. Las manifestantes y la imaginación aumentan, se apropian de los símbolos: condecoraciones, medallas, etcétera. Para resignificarlos con otro contenido, el de la violencia sexual en la guerra. Pese a la represión, las mujeres mantienen sus métodos pacíficos. El impacto crece y se hace imparable: seminarios y debates sobre el tema se desarrollan por todo el país, los teléfonos de las mujeres reciben confesiones de violadas y de violadores, muchas leyes son revisadas y cambiadas, pero sobre todo, la identidad guerrera, fundadora de Australia y sus valores, queda en cuestión para siempre. Para muchos, el día Anzac se ha transformado en un día contra la glorificación de la guerra. Allí nace también, en Australia, el inicio de las protestas antinucleares y contra las bases estadounidenses en su territorio.
No obstante ser uno de los movimientos que abren este nuevo campo de lucha, en casi todas las acciones pacifistas y antinucleares los grupos feministas fueron enfrentándose al dilema de verse subsumidos en ellos. ¿Cómo hacer para que la comprensión feminista, más profunda y explicativa, no quedara perdida dentro de la demanda específica que motivaba la acción mixta, por ejemplo: sacar una base nuclear de tal o cual lugar? ¿Deben las mujeres hacer su propio movimiento pacifista a partir de y centrarse en sus propias demandas (estilo Anzac) dejando de lado causas que resultan más populares o deben trabajar ambas? ¿Cómo enfrentar la lucha contra las guerras sin que se refuerce la idea tradicional de que las mujeres somos “suaves” y sólo extendemos en esta lucha nuestro papel maternal? Las respuestas o quedaron sin articularse o son diversas y a veces hasta antagónicas.
5.- En razón del espacio, de que son procesos más conocidos para nosotras y que tenemos bastante bibliografía al alcance, no me referiré a las relaciones entre mujeres, paz y guerras en el marco de la guerra fría y sus calientes conflictos regionales y dictaduras en América Latina. Solo destacaré de manera muy somera, la corroboración de dos hipótesis trascendentales que aportaron al feminismo las mujeres que habían participado amplia y duramente en las guerrillas centroamericanas cuando realizaron su proceso crítico sobre esa participación:
a.- Que ninguna utopía que no contenga la especificidad de género y en particular la mirada feminista (que es mucho más que la mirada de género), le es útil ni a las mujeres ni a la paz.
b.- Que no es posible construir ni utopías ni realidades sociales cualitativamente mejores mientras se haga una disociación entre una suerte de “militarismo bueno” cuando es de los pobres y necesitados, versus un “militarismo malo” cuando es de los ricos y poderosos. Más allá de que unos tengan más poder de destrucción y daño que otros, que unos sufran más castigo que sus enemigos, la lógica militarista es en sí misma vertical, punitiva y anulante del otro.
Tan fuertes han sido estos elementos que las neo guerrillas post guerra fría –un ejemplo es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)- han tenido que vestirse con una capa (a mi juicio, a veces muy delgada) de no militarismo. Unas especies de “guerrillas buenas” que no disparan y que además han incorporado la perspectiva de género a su discurso oficial (lo mismo que nuestras espantosas neo democracias), obnubilando con esto que cualquier conquista de las mujeres de sus bases se consigue, exactamente igual que fuera de las guerrillas: a fuerza de luchar y con la solidaridad, apoyo y empuje del resto de las feministas, y que en su interior se vive bajo férrea disciplina, jerarquía y hasta castigos de corte militar.
6.- El postmoderno fin de la guerra fría, triunfo de un patriarcado capitalista neoliberal globalizador y profundamente militarista, no solo hace estallar un sinnúmero de conflictos bélicos por todo el orbe (según los informes de la ONU, el siglo XX termina con más de 35 guerras regionales distribuidas en todos los continentes), sino que además en estos conflictos bélicos se estrena una nueva naturaleza de la guerra caracterizada por la ruptura de todo posible límite, ¿legalidad bélica? (ya de por sí altamente cuestionable) y donde las mujeres ya no sólo son un botín de guerra apropiable para premiar o “tranquilizar” a los guerreros, sino un blanco específico de ataque en función de la destrucción moral y física del bando masculino enemigo y donde las víctimas civiles son uno más de los “efectos colaterales”.
Esta nueva era de las guerras encuentra al feminismo en general, con una experiencia activista y reflexiva medianamente desarrollada, con muchas preguntas en el aire, un tanto desarticulado en su organización pacifista y con sus focos puestos pragmática y principalmente en la relación con las estructuras de poder nacional e internacional.
Sin embargo, allí donde se producen las más cruentas guerras, las feministas reinician un salto cualitativo de tal envergadura que ameritaría un largo artículo específico. Sólo mencionaré las dos que me parecen más significativas para abrir la reflexión:
- La ruptura y el fin de la (patriótica-viril) idea de que “la mujer del enemigo es enemiga”. La practica, de manera relevante, de las feministas de la ex Yugoslavia y de Israel-Palestina, de desafiar pacíficamente las nuevas fronteras entre seres que impone la guerra, ha instalado la posibilidad de resquebrajar práctica y simbólicamente al nacionalismo a través de una desnacionalización de las mujeres. Gran desafío para quienes –siendo feministas- siguen latiendo al son de la patria y sus símbolos.
- La reflexión, visibilización y denuncia temprana que mujeres como las ex yugoslavas y las afganas de Rawa han hecho de los modos en que se construyeron las posibilidades concretas para esas guerras (años antes de que estallara la guerra yugoslava las feministas mostraron claramente cómo se la estaba construyendo, quienes y con qué intereses y simbólicas lo estaban haciendo y lo que se venía), ha mostrado que el pacifismo feminista no puede ser más la oposición ante hechos consumados como si estos hubieran caído repentinamente del cielo (eso entrampa, no hay trampa mayor que cuando te peguntan ¿y qué hacías ante Hitler?), sino la capacidad intelectual de ver y leer todas las articulaciones materiales, políticas y simbólicas con las que el patriarcado construye la/las guerra/s. En este sentido le ha planteado al feminismo un gran desafío de revisión de sus formas de entender las relaciones entre las cosas que suceden, de mirar elementos que en el postmoderno pragmatismo feminista han terminado por no verse o verse separadas, y además valorizarse en función de la capacidad de recepción del poder, en definitiva: de hacer política.
Es necesario decir que –como siempre en la historia- no todos los feminismos son pacifistas ni todas las feministas son capaces de deslindarse de los intereses de sus gobiernos y “patrias”, pero parece que -como nunca en la historia- una conciencia anti-guerra, una comprensión de su patriarcal sentido: perpetuarla hasta el Apocalipsis, está penetrando y uniendo en este aspecto a la mayoría de sus corrientes. ¿Será que saldremos –nuevamente juntas- a gritar No y NO hasta que las bombas nos vuelvan a matar y dividir o seremos capaces de retomar nuestra historia, nuestro pensamiento, nuestra experiencia y dar el salto cualitativo que ya el simple deseo de vivir nos está exigiendo?
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