sábado, 28 de abril de 2007

A la búsqueda de un otro sentido del ser y el hacer feminista en este tiempo

Yuderkys Espinosa Miñoso


- “A veces no era comenzando por ningún pensamiento que ella llegaba a un pensamiento” .

Hay una sensación que necesito precisar sobre lo que significa habitar el feminismo hoy y que solo es un intento por poner palabras a un límite, un límite de las palabras conocidas que no dan cuenta, que no alcanzan para expresar lo que me acontece en este tiempo. Hacer una revisión de lo que vivimos hoy es importante, se vuelve urgencia. Quiero intentar dar cuenta de lo que me pasa con esta experiencia del feminismo hoy, antes de que se borre, antes de que este momento quede sepultado por un nuevo movimiento.

Hay primero que nada sensaciones, “sensaciones intraducibles” como diría Clarice Lispector (2002), que sin embargo quiero, me empeño en nombrar. Hay una sensación de vacío, cansancio, una impotencia, un hartazgo, un deseo de que pase algo, de que me pase algo. Algo del orden de lo inédito, algo como vivir, algo que sea más que el lento rumor de mis pasos atrapados, algo más que el conocido sonido de nuestros discursos gastados ya en mi memoria. Una necesidad de que pase algo del orden de lo sorprendente, algo que no sea el chasquido inútil de nuestros pies resbalando en el fango. Algo más que esta imagen detenida nuestra como imagen frisada de una pantalla que una vez corrió y fue historia, vida en movimiento. Hay... y esa es quizás la imagen más potente que logro disponer a la falta de otra, una sensación de inmovilidad aplastante, una falta de movimiento.

Y demasiada es ya esta sensación de inmovilidad para algo que se ha llamado movimiento. Si se han dicho tantas cosas sobre los movimientos, yo digo que quizás faltó nombrar lo que por tan dado es que aparece tácito, pero que hoy se me hace urgente nombrar ante su desnaturalización: un movimiento es indefectiblemente algo que se mueve, algo del orden del actuar, de la acción, de la actividad, de la movilidad, de la potencia, del impulso, de la circulación, de la energía...de la vida. Como la vida misma un movimiento es aquello que se mueve, moverse es su sentido y su esencia. En este tiempo en que desmeritamos de la esencia, en que ha quedado tan desprestigiada (y con razón!), yo digo que la esencia de un movimiento es moverse. Un movimiento era el feminismo, y el feminismo como movimiento era algo del orden de la acción, algo en permanente movimiento, algo que se movía y que nos movía, nos afectaba, nos impulsaba. Una hablaba de algo como movimiento feminista para nombrar aquello del orden del bullir, del permanente flujo, del caminar, de una fuerza vital incansable; así pues su esencia, su razón de ser era el movimiento, mover se -mover nos ese era su sentido. No había otro. El feminismo nos movía y nos con -movía. Algo hacía con nosotras que luego de entrar ya no queríamos salir, que luego de entrar ya no éramos más las que fuimos. Algo del orden de nuestra subjetividad era trastocado. El feminismo trastocaba y conmocionaba. El feminismo era una ex-periencia, un nacimiento, un tránsito hacia un otro lugar, un viaje sin retorno…eso, un movimiento.

Hoy parecería al término de una era, que el feminismo ya no es lo que era. No quiero resonar a vieja chocha que se define en su relación con el pasado que fue y que añora. Solo digo algo obvio, el feminismo que conocimos ya no es más. No tendría porque serlo tampoco. Las cosas cambian y que bueno. Una amiga dice sin embargo, “sí, que cambie…pero la cuestión es que cambie para bien”. Una espera que las cosas cambien para bien. Nuestra matriz moderna nos dice que la historia cambia hacia delante, ni un paso atrás!. La idea del progreso nos atraviesa. Exigimos, pedimos, trabajamos para que las cosas avancen, un impulso vital nos mueve hacia delante y eso es bueno. Solo gracias a ello hay historia. Quizás el problema no está en la búsqueda de este movimiento hacia delante. Quizás es sólo que debemos darnos cuenta, tener la sabiduría para comprender esta verdad insoslayable de flujo y reflujo en la historia. Si somos voluntad e impulso vital, si somos constructoras, también es verdad que somos hijas e hijos de nuestro tiempo, también somos construidas. Si hacemos historia, la historia también nos hace. Nuestras acciones no obtienen como resultado el traer al mundo las utopías que le dieron vida. Los resultados de nuestros movimientos nos superan. Después de 30 años de esta llamada segunda ola feminista, es claro que las cosas han cambiado, las cosas ya no son como eran, pero no son tampoco como las soñamos. La Arendt (2003) nos habla de que la acción no trae como resultado exacto lo que procuraba, entre otras cosas porque nuestras acciones ocurren en un mundo habitado por la presencia del otro, de la otra, con sus voluntades diversas; así que nunca actuamos solas sino como parte de una comunidad de actuantes por lo que los resultados que se obtienen son al final hijos nuestros y de los demás, es decir hijos de nuestra época.

La sociedad por tanto ha cambiado, pero la complejidad del cambio no nos permite pensarlo solo en términos binarios de bien o mal, a pesar de que muy recurrentemente así lo hagamos. La vida de las mujeres, la vida en general ha cambiado y esto para bien y para mal, las dos cosas al mismo tiempo. Nuestro mundo y el mundo de la vida particular de cada mujer y de cada hombre ya no es lo que era hace 30 años. El feminismo tampoco lo es. No podría serlo. El problema es quizás que el feminismo no es lo que era pero tampoco es capaz de ser otra cosa que nos restituya el sentido perdido. Que algo cambie no significa que pierda su sentido. Así parecería que en vez de ser otra cosa el feminismo comienza a dejar de ser. Esto no es necesariamente lo que ocurre pero es lo que sentimos. El feminismo parecería hoy perder su sentido, parecería dejar de afectarnos como nos afectaba, parecería peder su capacidad desestabilizadora. Y esto es lo que preocupa.

Sobre la perdida del sentido.

- “Para mirar de nuevo lo que ya viera y que ahora había huido como para siempre,

intentaba comenzar por el final de la sensación: Abría los ojos bien grandes de sorpresa” .

Me pregunto entonces ¿qué es el feminismo hoy? Y un gran vacío de palabras me ahueca y trastoca la seguridad de mis simientes modernas. Pregunto qué es el feminismo hoy que no me gusta solo para que una sensación de dilución se aparezca ante mí. Y digo: el feminismo hoy parece diluirse, parece que se nos diluye. El feminismo hoy está en todas partes, en todas partes y en ninguna. Feminismo diluido así llamo yo a este feminismo aguado, sin potencia, sin capacidad de dejar huellas, de marcar subjetividad. Feminismo de la lucha por el aborto, de los derechos reproductivos, de la espiritualidad, de “la globalización de la ternura”, de las asambleas, de la diversidad sexual, de las agendas gubernamentales, de las no-gubernamentales, feminismo del Beijin+5, del género y del desarrollo. Así llamo yo a este feminismo: feminismo diluido, feminismo aguado, feminismo sin feminismo. Hoy parecería que habitamos un feminismo sin feministas, y que transitamos por la realidad unas feministas sin feminismo. ¿Es esto posible?

Un feminismo fragmentado es al que asistimos las que aun tenemos la impronta del feminismo hoy. Un feminismo esqueleto, rancio, agotado de respuesta es el que aparece ante nuestros ojos.

Por una parte, con la ficción instaurada de que ya aconteció “la revolución femenina”, el feminismo parecería ya no ser necesario. Época pasada, problema superado, parecería solo advertir de la presencia de locas trasnochadas con discursos trasnochados y de ideas trasnochadas. El feminismo parecería ya no tener sentido.

La perdida de sentido se intuye en esta idea de lo superado que tiende contradictoriamente a una vuelta al grado cero, al retorno a un periodo prefeminista. Prefeminista no en tanto los efectos que ayudó a producir la acción feminista y que están ahí en las vidas de las mujeres, en el pensamiento y en la política cultural. Prefeminista más bien en un intento de borradura de la inscripción de origen de muchos de estos efectos. En una especie de desmemoria que comienza a (re)instalarse paulatinamente en el pensamiento crítico y la academia conviviendo a la par con la débil tendencia al reconocimiento de la autoría de los estudios y el movimiento feminista que apenas comenzó recientemente a instalarse en Latinoamérica. Una desmemoria que empieza desconociendo el aporte del feminismo al pensamiento crítico, que continúa ignorando al menos los 30 años recientes de movilización radical de las mujeres; esto es, ignorando al feminismo como movimiento y fuerza legítima, y que concluye finalmente en un retomar esta vieja idea de que la opresión de la mitad de la población por la otra mitad de la población por razones de sexo-género es algo de menor importancia frente a la opresión de clase .

Más allá de esta clásica discusión que creíamos ya superada, lo interesante es que ella vuelve a instalarse en un momento donde a nivel del pensamiento las categorías y las miradas producidas o ayudadas a producir por la teorización feminista han calado profundamente en la renovación de las ciencias sociales. Es así que esta deslegitimación opera más bien como un intento de despojo, de desconocimiento e invisibilización una vez más de los aportes de las mujeres . No es casual el sin número de trabajos inscriptos en la tradición del pensamiento feminista que sin embargo no reconocen su origen sino segundas fuentes legitimadas que han hecho eco de pioneros trabajos realizados por mujeres académicas y/o activistas.

El feminismo parece perder sentido, perder sentido en lo que realmente importa, cuando dentro del mismo movimiento nos hacemos eco de esta corriente renovada de despojo y hacemos del feminismo una consigna, un agregado, una demanda o una reivindicación de política pública. El feminismo aparece así, en el mejor de los casos, como un anexo a los programas partidarios o de otros movimientos, o como ideas abstractas, metodologías y contenidos incorporados tácitamente, sin origen, sin fuente de procedencia reconocida, entablada la relación solo entre los cada vez menos espacios feministas.

Poco a poco parecería entonces que el feminismo está en todas partes sin estarlo. Algunas compañeras ven en esto una muestra de la efectividad del movimiento. Una capacidad del movimiento, dicen, de afectarlo todo, de haber calado a todos los niveles con sus interpelaciones. Siendo así el feminismo está en todas partes. Yo digo el feminismo esta en todas partes y en ninguna. Lo digo por que si bien es cierto aquello de que la identidad y el nombre han servido más al poder binario que a nuestras causas, y si bien sigo adscribiendo a la idea de que las identidades son en general un producto de los sistemas de dominación, también soy hoy capaz de entrever la peligrosidad de asumir posturas dogmáticas ante la crítica que hemos realizado acerca de la política de identidad. Me parece que hay en este intento de desmeritar toda posibilidad de nombrarnos y de nombrar lo que hacemos un giro perverso que no ha contribuido al final a mejorar la política feminista sino a estancarla y en el peor de los casos a hacerla imposible .

Afirmo junto con Chantal Mouffe (1992) en su acucioso análisis sobre la posibilidad de la política feminista, esa idea lacaniana de una inestabilidad esencial de las identidades , pero al mismo tiempo la creencia en la existencia de p untos nodales que fijan parcialmente los flujos de significados , y por los cuales existe, más allá de las dominaciones que le cohabitan, o precisamente por ellos, la posibilidad de sentidos compartidos y de la política misma. Si la política de la identidad constriñó (constriñe) y en mucho contradijo parte del pensamiento y los postulados feministas, una política feminista más acertada no puede partir del error de negar los efectos y la materialidad de la identidad en nuestras vidas. Digamos que si el patriarcado nos ha nombrado “mujeres” con toda la carga de dominación que implica y con ello hemos sido condenadas, no por dejar de nombrarnos rompemos la cadena de subordinación. Empezando, porque dejar de nombrarnos no implica dejar de serlo: Hay allí una marca de inscripción con la que nos enfrentamos toda la vida, por sobre todo y más importante porque para las culturas en las que nos movemos lo seguimos siendo, aun cuando como en el caso de las lesbianas, seamos consideradas “defectuosas”. Así pues, a quien ha convenido el efecto perverso de pensar que cualquiera es el género que quiera, como de alguna manera se postuló erróneamente a partir de los lúcidos análisis de Judith Butler (2001) , no es a ese grupo humano señalado por el sistema como mujeres, nombradas siempre y siempre por el patriarcado como tales, sino a los grupos de varones que siendo aun “defectuosos” siempre serán avenidos dentro del sistema binario de poder a la categoría asignada de hombre así como a sus privilegios, aún a su pesar.

Si la política feminista tiene sentido y tiene interlocutoras concretas es precisamente por que la identidad nos constriñe con nuestro consentimiento pero aun todavía sin él, y en el espacio público y para el espacio público todavía, aun en el peor de los casos, hay marcas legibles y susceptibles de ser leídas e interpretadas y por tanto objeto de política. Es por todo ello por lo que una política de la identidad nos sirve tan poco como una política del borramiento, del nadie, del cualquiera. No cualquiera vive la especificidad del dominio que implica ser nombrada mujer, como no cualquiera vive el dominio de ser nombrado negro o india, o “desviada”, como no con cualquiera ocurre este efecto de anulación de su capacidad de creación. Pensar, pues, que es posible olvidar la inscripción de origen, renunciar ingenuamente al nombre que nos hace un grupo dominado y precisamente por ello un colectivo político, es tan incorrecto como ha sido pensar la posibilidad de una reivindicación de ese nombre heredado como esencia y como fin único y colectivo .

Así pues, si con el feminismo ocurre este efecto de estar en todas partes sin ser nombrado esto no puedo dejar de verlo como el efecto de la impronta de anonimato en que cae todo aquello que no ha sido producido por el discurso oficial. Es preocupación de unas cuantas la imposibilidad de nuestra cultura de otorgar capacidad simbólica y de pensamiento autónomo a las mujeres. Esto no es un dato, esto no es un grito infantil de egocentrismo. El talento intrínseco de la cultura falogocéntrica de desconocimiento de los productos culturales y simbólicos producidos por quienes se suponen que solo son sus consumidores, es parte fundamental del despojo y de la estabilización de las categorías que fijan las posiciones de poder. Que esto pase hoy al feminismo, no es nuevo. Ya ha pasado antes con los grupos originarios, con los pueblos africanos y sus descendientes, ocurrió también con las brujas, con las revolucionarias al interior de la revolución francesa, ocurre en las artes y en las culturas populares, y los ejemplos viejos y nuevos se reproducen por doquier.

Despojadas de nuestras realizaciones fundamentales aparecería en la historia la idea de un solo grupo capaz de producir pensamiento, saberes y bienes culturales. Que esto ocurra hoy al feminismo es una pérdida de nuestra capacidad de inscripción, de dejar huellas. Y que esto ocurra tiene que ver con esta pérdida de potencia, con esta dilución en la que transcurre desde hace unos años nuestro feminismo. Tiene que ver con esta pérdida de sentido de la que hablaba y de la que aún veo yo otras dos pruebas que dan cuenta de ella.

Así, perdida de sentido veo yo también, en esta sensación de parálisis, de inmovilidad, de agotamiento de las respuestas y de la capacidad de establecer hipótesis de compresión que den cuenta de lo nuevo que acontece ante nuestros ojos. El feminismo parecería haberse quedado sin enunciados significativos, atrapado en sus viejas categorías, en sus formas modernas de compresión del mundo. Decimos: - “nada ha cambiado, solo han cambiados las formas”. Sentimos: un aburrimiento, una falta de pasión, un vacío inmenso, unas ganas de escapar de lo mismo. Sabemos que algo anda mal. Lo sabemos. Nos aburrimos a morir en encuentros y conferencias: - “No hubo nada nuevo” – “Fulana habló lo mismo”. Cuando la sociedad se dice reivindicadora de los derechos de las mujeres, cuando no hay más que discurso sobre la tolerancia y la diversidad, cuando se nombra el fin del patriarcado, no hacemos nosotras más que sentir el asco de lo mismo, no hacemos más que darnos cuenta de la estabilización de todo aquello que alguna vez nuestro feminismo desestabilizó. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué hacer ante esta sensación de inmovilidad que parece perturbar hoy en el feminismo? ¿Cómo nos con-mueve este sin-movernos?

Quiero, finalmente, decir aún una pérdida de sentido fundamental que intuyo en el feminismo de nuestra época. Quizás es lo más importante que pueda decir sobre la pérdida de sentido de nuestro feminismo de hoy. Hace un tiempo que vengo pensado acerca de esta sensación de falta, de vacío que no logra ser llenado por la experiencia feminista actual. El feminismo que conocí y del que me enamoré me colmaba, me hacía sentir a gusto en un mundo que no me gustaba. El feminismo era un movimiento y un lugar de pertenencia, era la posibilidad de soñar y de experimentar ser diferentes. Era una especie de estado subjetivo que te hacía vivir de otra manera. Era un estilo de vida, una forma de existencia, algo que nos envolvía y nos hacía diferentes a la vida común que despreciábamos por todas sus formas de subordinación. Ser feminista era por sobre todo una forma de ser y de habitar el mundo, no era sólo una forma de oponernos a él o de reclamar derechos. Era un no y un sí radical. El feminismo nos volvía otras y ser feministas era poseer una marca. Es por eso que quiero sostener que el sentido máximo del feminismo era además de movernos, hacernos otras. El feminismo nos hacía otras y su mayor capacidad era la de construir nuevas subjetividades. El feminismo era una especie de des y re subjetivación. El feminismo marcaba, era un lugar de inscripción como lo era la escuela, la familia, o la iglesia. Ser feminista era vivir de otra manera, era un arte de vivir al mejor decir foucaultiano.

Desde este lugar puedo ahora ver y evaluar de forma distinta los mitos, los prejuicios y los peligros que supuso en otra época ser feminista. Ser feminista era peligroso, era perverso y era mal visto. Peligrosas éramos las feministas. Mitos de mujeres carnívoras, depravadas, monstruosas, brujas, orgiásticas, nos rondaban. El feminismo marcaba y esa marca era reconocida en nuestras sociedades como peligro. Ilusas pensamos que cuando la sociedad dejó de reconocer un peligro en nosotras habíamos ganado la partida. Quizás fue allí el primer síntoma de que algo andaba mal. Si las feministas eran un peligro era por que interpelaban desestabilizando las formas legitimadas y aprobadas de ser y habitar el mundo. Si nuestra subjetividad era objeto de distinción era porque habitábamos el mundo de una manera distinta del resto. Ser feminista era ser diferente y era mostrar al mundo, al resto de las mujeres, a los hombres, a las instituciones que se podía ser de otro modo y feliz. Era una marca que se llevaba con orgullo.

Aun recuerdo los significados peyorativos que para la mayoría de la población, en una media isla como la que nací, significaba el ser feminista. Para el común de la gente las feministas eran unas locas feas que andaban desgreñadas y en chancletas . Feas hemos sido las feministas que en contra del mandato heterosexual y racista hemos abandonado los cánones de belleza tradicionales que imponen la esclavitud del maquillaje, de los tacones altos y de la estética de mercado. De las feministas que me antecedieron aprendí otros modelos estéticos posibles y de vivir fuera de la lógica patriarcal y consumista. De ellas aprendí que la mayor oposición al sistema devenía de una actitud diligente de vivir por fuera de los cánones impuestos. La rebeldía tenía que ver con una postura ante el mundo que se expresaba en algo tan simple como llevar uñas cortas sin pintar, dejarse crecer el pelo de las axilas y del pubis y amar a mujeres por fuera de la institución de la heterosexualidad obligatoria . En el ser feminista entonces, había una vinculación muy estrecha entre pensamiento y vida, o al menos a eso aspirábamos .

No sé cuando comenzó a cambiar todo eso ni por qué. Sé que de repente un día miré a mi alrededor y la idea de comunidad había desaparecido, así como el orgullo con que nos parábamos para diferenciarnos y decir he aquí otra manera posible de vivir . Las feministas hoy somos cualquiera y cualquiera puede ser feminista. Eso por una parte está bien, por otra me pregunto cuánto hemos tenido que sacrificar para ampliar las bases y ser legitimadas.

Recuerdo ahora con pesar (aunque quizás fuera necesario en su momento) como todas nos volvimos cómplices de esta normalización del feminismo. Se volvió parte de lo políticamente correcto burlarnos del tal feministrómetro, aparato que supuestamente podía medir nuestro grado de feminismo. Si esta burla sirvió para frenar la persecución paranoica y compulsiva que nos hacía entrar en reproducciones terribles de esa práctica partidaria de los tribunales de conciencia tan común de algunas izquierdas, también es cierto que ayudó terriblemente a desprestigiar la idea de que ser feminista era mucho más que reivindicaciones puntuales de una agenda y concernía a formas de habitar el mundo. Esto es, remitía a eso de lo que se ha hablado tanto de una relación intrínseca entre proyecto político y proyecto de vida (a propósito de aquello de que lo personal es también político). Eso que llamo, acogiéndome al concepto foucaultiano, una “ estética de la existencia ”.

La preocupación por una ampliación de las bases del feminismo y la de mantener su especificidad fue un campo de tensión durante estás décadas en América Latina y ello se evidenció como fuente de conflicto al interior de los Encuentros Feministas de América Latina y El Caribe como ha puntualizado Amalia Fischer en su historiografía sobre estos encuentros.

Soy de creer que a medida que la conciencia sobre la desigualdad de las mujeres fue tomando un lugar dentro de la problemática social -como efecto de la hegemonía del feminismo de la igualdad en nuestras tierras, con sus correlativas incursiones en los espacios públicos y de toma de decisión, por ejemplo, en las agencias internacionales de financiamiento y en las Naciones Unidas-, nos enfrentamos de más en más a una presión externa de apertura y a la necesidad interna de convocar. Si bien, como muchas compañeras ya me han hecho ver, esto no significó una masificación del feminismo con relación a nuestro sueño de hacer de cada mujer una feminista, ciertamente pienso que está presión se dio (y se sigue dando), no solo como efecto de nuestros deseos ambivalentes, sino por la culpabilización a que éramos sometidas desde espacios por fuera del movimiento. Esto en cada país se vivió de manera distinta, pero me parece que hubo al menos un denominador común en la ingerencia y los intentos de control de los partidos políticos. También retrotraigo aquí los efectos que han tenido en países como Rep. Dominicana y otros centroamericanos la oenegización del movimiento, lo que implicó una fuerte preocupación por las activistas de estos países sobre el destino feminista de las mujeres de los sectores populares con las que se trabajaba. La tensión entre feminismo y movimiento de mujeres resultó en una especie de feminismo populista que intentó ampliar sus bases a toda costa bajo el lema de que “es feminista quien obra como tal y no quien se nombra” . Si hay en este enunciado una verdad ineludible que visibilizó tempranamente las incoherencias a la que un feminismo cada vez más de “especialistas” incurría, así como el buen deseo de desclasar al feminismo volviéndolo más cercano al movimiento de mujeres, tampoco podemos dejar de ver allí el intento infeliz de resolución de este clásico dilema entre necesidad de crecimiento y radicalidad del proyecto.

El intento por ampliar las bases significó en lo concreto abandonar una política radical del cuerpo y de transformación de la subjetividad que cuestionaba el sistema todo en su conjunto, por una política centrada en la carrera por ganar el espacio público con el fin de gerencial políticas de afirmación de las mujeres, que al final terminaron siendo políticas de administración de la pobreza y de la exclusión de las mujeres. Soy de la postura que el intento de establecer alianzas con otros movimientos y de expandir el feminismo a todos los espacios y sectores sociales -con todas las diferencias ideológicas a salvaguardar y no olvidar- derivó, dentro de un contexto internacional de producción de un discurso hegemónico sobre derechos en el marco de reactivación del liberalismo económico, en una institucionalización y asimilación a del feminismo a los marcos de legalidad e inteligibilidad social.

Lo que quiero decir una vez más retomando a Arendt es que si estamos de acuerdo en que la política es aparición, un nacer que no puede resistirse a su autoexibición para poder reafirmar la propia apariencia, si la política es un mostrarse al mundo por medio de una palabra y una acción que hacen aparecer lo inédito, lo inesperado, entonces, cuando la política feminista se volvió pura administración perdió su sentido fundamental, su sentido transformador. Creo además, a propósito del retroceso y en muchos casos desaparición del liderazgo de la política lesbiana- feminista dentro del movimiento, que ello significó sobre todo un abandonar la centralidad del problema de la heterosexualidad obligatoria como institución base que sostiene el sistema sexo-género. Pero este es un análisis que dejaré para otra ocasión.

Retomando entonces el punto en discusión acerca de la necesidad de ampliación del movimiento y sus efectos paradojales, quiero finalmente decir que en este proceso las feministas hemos perdido muchas veces de vista que efectivamente cualquiera puede ser feminista, pero no cualquiera lo es. Si ciertamente ninguna tiene la potestad de definir quien es o no es feminista hay acuerdos básicos fundamentalmente éticos que refieren a modos del hacer y de habitar el mundo, que tienen que ver con este poder decir “nosotras”, y que tienen que ser definidos, habitados y en constante reformulación. No es que haya niveles del ser feminista, no hay nadie más feminista que otra, hay eso sí, búsquedas colectivas de formas distintas de ser y estar que luego toca a cada una su traducción. Creo que ahí la idea y el sentido de comunidad, de sostén de los procesos de cada una, lo cual implica la crítica colectiva y la autocrítica permanente, son fundamentales. En el momento que esto falló, mellado por las presiones diversas hacia el movimiento, al tiempo que la crítica avasalladora sobre la política de identidad se cernía sobre nuestras cabezas, la posibilidad de un feminismo que marcara radicalmente nuestras vidas se fueron minimizando drásticamente.

Apunto a creer que en este transito resultó disminuida la capacidad del feminismo de afectarnos subjetivamente y construir nuevos sentidos del ser y el hacer. En el momento en que se acható la diferencia entre una feminista y quien no lo es, la política feminista pasó a ser otra cosa que un lugar de inscripción, el feminismo pasó a ser un movimiento de demandas y reivindicaciones sobre las necesidades de la mujeres, su política se convirtió en pura administración como he dicho anteriormente parafraseando a Arendt . De allí al denunciado proceso de institucionalización y de inserción del feminismo como un punto de agenda objeto de políticas públicas sólo hubo un paso. El feminismo pasó a ser “la cuestión de género” y a estar como un punto más en las agendas públicas. Todo un logró! Yo digo, todo un vaciamiento! Hoy, luego de una década de este proceso de expansión cuando podemos enfrentarnos en el día a día con la realidad de un feminismo sin feministas, cuando las feministas nos encontramos sin un lugar de adscripción que nos devuelva el sentido y nos permita construir un nosotras, podemos pensar mejor el significado del feminismo y de lo que hemos perdido en el caminar. Si el feminismo no implica ya una postura distinta ante la vida, si ya no implica una subjetivación otra, si ya no nos afecta radicalmente en nuestras manera de ser y estar en el mundo, entonces, ¿para que nos sirve?

El feminismo diluido.

“hay un sentimiento hacia delante y otro que decae, el triunfo tenue y la derrota...”

Creo que si hoy el feminismo ya no nos afecta como nos afectaba antes, si el feminismo no nos enseña otros caminos y nos hace distintas, si el feminismo no nos deja huellas es porque ha perdido mucho de su sentido. Y la perdida de ese sentido tiene que ver con la perdida de su potencia de inscripción. Si el feminismo hoy no hace nada con nosotras, si nos deja indiferentes, si solo es demanda y reivindicación, entonces el feminismo ha perdido su sentido fundamental. Si el feminismo no nos cambia ha perdido en mucho su efectividad, su capacidad transformadora.

Quizás lo que digo no sea tan cierto, siempre hay algo de verdad y algo que no en nuestros ejercicios de pensamiento. Por eso quiero hablar por mi y por lo que siento y lo que veo. Lo que veo es que soy una feminista desarraigada, una feminista sin lugar de adscripción, una feminista que ya no forma parte de un colectivo más amplio con quien comparta intereses, accionar, pasión y utopías.

Escucho decir que el feminismo se ha extendido a todas partes y me pregunto, ¿por qué entonces esta sensación de soledad? ¿Por qué parecería que hoy como nunca cuando estamos en todas partes, cuando hemos expandido nuestras bases, somos incapaces de acciones contundentes y articuladas? ¿Por qué si el feminismo es tan eficaz parece haber perdido su capacidad de movilizarnos? ¿Por qué el feminismo se nos aparece vacío, deshabitado? ¿Por qué el feminismo no ayuda a establecer mejores relaciones entre las mujeres? ¿Por que las feministas hemos perdido el sentido de comunidad política? ¿Dónde perdimos la alegría del encuentro, el deseo de compartir, la euforia del estar juntas? Es ahí donde digo que vivimos un tiempo de feministas sin feminismo: Feministas habremos pero parecería que ya el feminismo no es capaz de convocarnos y articularnos, parecería que es incapaz de construir una identidad política común que nos permita accionar de manera conjunta, adscribir a una ética compartida y encontrar nuevos sentidos de libertad y placer.

Un feminismo sin feministas habla de un llamado feminismo que opera al interior de las instituciones despojado de sus sentidos fundamentales y operado por las burocracias estatales y no estatales al servicio de una supuesta “agenda de las mujeres”. Un feminismo sin feministas sería aquel despojado de su capacidad de inscripción subjetiva, de su capacidad de marcarnos diferentemente, aquel que opera dentro de la lógica de las “necesidades” y las “demandas específicas de género” . Este feminismo sin feministas es un “feminismo” tecnocrático al servicio del mejoramiento del sistema y que ha dejado en el camino la idea de otra forma de habitar el mundo y construir la realidad . Es un feminismo conformista que ha olvidado su “gesto de falta de confianza en la capacidad de la polis para desarticular las bases de poder en las cuales se apoya” (Braidotti, R., 2000: 73). Este feminismo sin feministas es el que casi siempre se ha logrado instalar de manera legítima en la academia y el pensamiento crítico abstrayéndose de un compromiso concreto con las mujeres y con las producciones de las mujeres . Cuando llamo a este quehacer y a este situación feminismo sin feministas, lo hago pensando en la ingenuidad con que muchas feministas llamamos a esto el feminismo en todas partes.

Feminismo diluido llamo yo a esta forma en que se me aparece el feminismo hoy. Uso esta figura en oposición a la idea de concentración. Si algo está diluido, o está diluyéndose es por que deja de estar concentrado, articulado, cohesionado. Lo que quiero expresar es esta falta de potencia que se expresa en el “todas juntas”, en aquella frase tan manida y no por ello menos real de que “en la unión esta la fuerza”. Parecería que el darnos cuenta de las diferencias entre nosotras ha vuelto imposible la posibilidad de una política y un accionar compartido. Parecería que el conjunto que formábamos, descubierto en todas sus diferencias internas, estalló en mil pedazos y ha sido imposible recomponer de nuevo un escenario político compartido. Feminismo diluido llamo yo a esta imposibilidad de articular una política que de cuenta de la diversidad de opresiones y de enemigos comunes, asentándose en la idea de “semejanza de familia” . Feminismo diluido es ese que en aras de su expansión ha perdido toda su fortaleza interna, su capacidad de relacionarnos, de afectarnos internamente.

El feminismo diluido en su incapacidad de afectarnos y conmovernos nos ha hecho olvidar el placer y el goce de la rebeldía compartida, nos deja atadas mientras hablamos de libertad, no nos potencia en nuestra capacidad de disfrute de nuestra autonomía, nuestro cuerpo, nuestras relaciones, nuestras producciones y creatividad. El feminismo diluido es agenda por cumplir que se lleva a cabo de 9 a 5 de la tarde y no tiene nada que ver con lo que nos espera en casa, ni con lo que vamos siendo. Es el resultado de una política hacia afuera, que hace pública muchas problemáticas antes consideradas privadas, pero sin afectar subjetivamente la vida de las mujeres y de los hombres. No las cambia subjetivamente por que deja sin afectar los sentidos del vivir y los sistemas de valores heredados de la modernidad patriarcal.

Con ello la política feminista que surgió como una nueva forma de hacer política planteando desafíos importantes a la categoría misma de lo político , parece haber sufrido un proceso de reajuste y de adaptación. Así el feminismo diluido se nos presenta como parte de una tendencia a la reestabilización de todo aquello que había sido desestabilizado o puesto en peligro. Me refiero a cuestiones fundamentales que fueron objeto de la crítica feminista así como de su acción. Cuestiones que hoy han sido abandonadas por discursos huecos y frases clichés. Esas cuestiones fundamentales fueron desestabilizadas no a través de un programa de partido que las incluyera, no gracias a la política pública lanzada por un ministerio de la mujer, ni gracias a un cartel alusivo a la legalización del aborto. Esas cuestiones fundamentales fueron puestas en peligro a través de la puesta en acto de opciones y formas de vida distintas a las conocidas, a través de un accionar y un caminar que lograba articular teoría y práctica, acción y discurso, vida y política. Esas cuestiones fundamentales me parecen tenían que ver más con la construcción colectiva de nuevos sentidos del vivir y del compartir, con la búsqueda de la autonomía y con un experimentar por fuera de lo instituido y colonizado por el poder.

Un feminismo potente.

- “parecía que jamás se estaba sintiendo el gusto del anís pero ya se había sentido, nunca en el

presente pero sí en el pasado: después que sucedía quedaba pensando al respecto y ese

pensamiento al respecto...era el gusto del anís”

Vengo tratando de expresar algo desde hace unos párrafos pero no se como hacerlo. Hay un dolor de una perdida que llevo conmigo. Hay un dolor que intuyo en otras compañeras también. ¿Cuál es el mayor sentido de lo perdido? Yo no lo sé precisar con palabras más puedo sentirlo, cada una de aquellas con las que me encuentro también lo siente. Más, ¿cómo volver esto pensamiento como traducirlo a palabras sabias? Quizás es mejor intentar huirle a los viejos conceptos con los que contamos que al final parecen ya no servirnos. Estoy pensando en imágenes y llegan a mis oídos murmullos, cantos, risas, chillidos. Veo sonrisas, abrazos, baile, siento calor, calor humano, deseos de compartir, de estar. Estas son las imágenes más potentes que me llegan de ese feminismo perdido y que añoro. Y esto lo digo a sabiendas del riesgo. Sé de las trampas de la memoria y esto de que “no hay mas paraíso que aquel que se perdió”. Más, ¿esto debe inhibir nuestra posibilidad de ver a la luz del presente el pasado y encontrarle sentido? ¿esto nos hace cómplices de proyectos conservadores que pretenden encerrarnos en valores tradicionales y desechados precisamente en nuestra búsqueda de un mundo mejor? Me parece que no. De hecho el presente siempre viene a ser o tendría que buscar ser una buena síntesis entre lo que hemos aprendido y lo que nos falta. La memoria, esa ilusión que da cuenta de lo que somos hoy a través del invento constante del pasado, nos es útil siempre por que ella da cuenta de lo que queremos y de lo que no. Porque quizás, una vez más, parafraseando a Lispector, ver la verdad no es tan diferente a inventarla (Ídem: 90).

¿Qué del feminismo de ayer nos sirve? Si ciertamente este feminismo que se rompió estaba lleno de cosas por desechar, de prácticas a superar, ¿eso significa que nada de él aprendimos, que nada de él es rescatable? Me niego a creer en ello. También es cierto aquello de que una no valora lo que tiene hasta que lo desecha. Hoy puedo ver las virtudes del feminismo que hemos perdido y hoy puedo decir que este que tenemos no me gusta más. Siento que este feminismo que tengo hoy me ha alejado de cuestiones fundamentales que no quería perder a pesar de mis críticas insistentes e implacables a aquel otro. Hoy cuando ni siquiera puedo ser implacable en mis críticas, cuando no hay compañeras a quien interpelar y que me interpelen, puedo reconocer que lo que hemos perdido es mucho y es fundamental. ¿Esto quiere decir un volver atrás? ¿un intento de resucitar lo que tuvimos? Aspirar a ello sería inocente. El camino que hemos recorrido es valido, ha sido necesario para poder crecer, valorar y mejorar lo que hemos tenido. Creo en la mejor tradición de Benjamín y de Agamben que la síntesis y los aprendizajes solo se hacen posible después de un padecimiento, después de un periodo de enfermedad cuando se ha tocado fondo y parece haberse perdido todo sentido y todo horizonte. Creo que solo después del incendio, solo cuando volvemos a las ruinas, olemos el polvo y sentimos el vacío podemos reconstruir lo nuevo en el mejor sentido recuperado e inventado de lo que se quemó. Quizás el pasado que digo que tuvimos nunca lo tuvimos, quizás solo es mi añoranza de lo que quisiera tener ahora. Si es así, bienvenido sea este invento, bienvenida sea la añoranza que me permite soñar con lo que me falta.

Si como nos dice Rosi Braidotti una práctica feminista radical “exige que se preste atención a la identidad como conjunto de identificaciones y también a la subjetividad política como la búsqueda de lugares de resistencia” (ídem:57). Si creemos que una subjetividad política refiere a un sentido de acción colectiva, si creemos que este sentido es posible de ser construido solo a través de la identificación de principios articuladores que afecten nuestras diferentes posiciones de sujetas sin aspirar a recuperar la unidad perdida, si creemos en fin que una política feminista es posible (Mouffe, Ch., ídem), entonces, no podemos evadir más la pregunta que nos plantea Judith Butler: “¿Cuándo nos plantearemos lo que permite encontrarnos las unas con las otras?”, “¿Cuándo y dónde plantearnos la cuestión de cómo queremos vivir juntas?” (2001:88-89). Acaso quizás este sea uno de los mayores desafíos con que se encuentra el movimiento feminista actual a nivel global y no solo latinoamericano.

Quiero terminar recordando un viejo chiste feminista, que yo misma use mucho, del que yo misma me reí tanto y que puede ejemplificar el sentido perdido del que hablo y al que aspiro. El chiste dice: ¿Cuántas feministas se necesitan para poner una lamparita de luz? Cincuenta y una, una para poner la lampara y cincuenta para compartir la experiencia.

Quizás en este chiste está condensado ese sentido del feminismo del que hablo. Quizás lo que estoy tratando de decir es que el feminismo ha perdido parte de su sentido por que ha dejado de ser un compartir experiencias. Quizás todo lo que he dicho no tiene más razón que decir esto de que el feminismo ya no nos permite compartir experiencias y disfrutar de ese compartir. Quizás allí estaba todo el placer que nos producía, todo el sentido que buscábamos y que hemos hoy perdido. Quizás el feminismo, nuestro feminismo de hoy en todas partes ya no nos permite compartir y disfrutar del poner de una lamparita. Quizás hoy las feministas hemos aprendido a ser “eficientes” y a instalar redes completas de electricidad, pero quizás esto no nos basta ni nos afecta como creíamos y esperábamos. Quizás un movimiento está para proporcionarnos mucho más que leyes, consignas, discursos, políticas. Quizás un movimiento solo tenga sentido si nos mueve en todo, si nos afecta en nuestras simientes, si nos retorna la alegría, la hermandad, el sentido del vivir que nos hace falta, si tiene la capacidad de volvernos diferentes .





Bibliografía Consultada.

- Arendt, Hannah (2003). La condición humana . Piados, Barcelona.

- Beck-Gernsheim, E.; Butler, J.; Puigvert, L. (2001). Mujeres y Transformaciones Sociales . El Roure, Barcelona.

- Birulés, Fina (1995). La especificidad de lo político: Hannah Arendt . Eutopías 2da Época, Vol. 89. Episteme, S. L., Valencia.

- Braidotti, Rosi (2000). Sujetos nómades . Paidós, Argentina.

- Butler, Judith (2001). El género en disputa . El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, México D.F.

- CICAM (1997). Permanencia Voluntaria en la Utopía . La Correa Feminista, México D.F.

- Collin, Francois (1995). “Praxis de la Diferencia”. En Revista Mora, No. 1 de agosto del 1995. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Argentina

- Jeffreys, Sheila (1996). La herejía lesbiana . Una perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana. Cátedra, España.

- Lispector, Clarice (2002). La Araña. Corregidor, Argentina.

- Mouffe, Chantal. “Feminismo, Ciudadanía y Política Democrática Radical”. En: Judith Butler y Joan W. Scott (comps)(1992), Feminists Theorize the Political . Routledge, EEUU.

- Pisano, Margarita (1995). Las Trampas del Sistema. En La Correa Feminista No. 14, invierno 1995-1996. CICAM, México, D.F.

- Pisano, Margarita (1996). Un cierto desparpajo . Número Crítico, Santiago de Chile.

- Rich, Adrienne (2001). Sangre, pan y poesía . Prosa escogida 1979-1985. Icaria, Barcelona.



Este articulo es una versión revisada del original publicado en febrero del mismo año por la autora. Expreso mi agradecimiento a Ochy Curiel y a otras compañeras que con sus comentarios ayudaron a mejorarlo.

Lispector, Clarice (2002: 64). La Araña. El corregidor, Argentina.

Lispector, Clarice (ídem: 81)

Solo como una anécdota relato aquí un episodio “simpático” y no por ello menos digno de pensamiento que me ocurrió en mi reciente participación en el III Foro Social Mundial realizado en Porto Alegre en enero del 2003. Asistiendo a una de las mesas organizadas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) dentro del Foro, una chica del equipo organizador correctamente identificada, se me acerca convocada por el distintivo de identificación del Foro donde figuro como “dominicana” y me pregunta si pertenezco a algún movimiento social de este país. Ante mi respuesta positiva la chica me pide permiso para hacerme una entrevista dentro de un proyecto de investigación sobre movimientos sociales en América Latina que realiza la CLACSO y pasa a preguntarme sobre el movimiento al que pertenezco y cuando contesto que soy del movimiento feminista me pide disculpa por que cree que no entra dentro de las categorías previstas por el estudio, así que tiene que consultar a la coordinación. Posteriormente la chica se me acerca para confirmarme que efectivamente el feminismo no entra en el estudio e insiste preguntándome si yo no pertenezco a un movimiento social, ante lo cual tengo que pasar a aclararle que el feminismo lo es.

Hago la salvedad aunque debería ya no ser necesaria, de que utilizo la categoría mujeres a pesar de su precariedad apelando no a una identidad común y esencial sino como categoría política que nombraría un tipo de sujeto atravesado por un tipo específico de subordinación y cuya caracterización ha sido parcialmente fijada por el entramado de poder del cual forma parte. Retomaré esta postura más adelante.

Este peligro ya ha comenzado ha ser visualizado por muchas de nosotras dentro de la política feminista. Sin caer en el dogmatismo y la cerrazón al conflicto afirmo la necesidad de una revisión de nuestras posturas posidentitarias como intento fundamentar en los párrafos siguientes.

Con ello me refiero al código de inteligibilidad por medio al cual una vez somos arrojadas al mundo, en el preciso instante en que viendo nuestros genitales dicen: “es una niña” , más allá de los desajustes de la interpretación, somos marcadas para siempre.

Me debo, nos debemos un análisis sobre los errores de interpretación así como los aportes indiscutibles de esta teoría luego de 13 años de su puesta en circulación. Qué significó para el movimientos feminista y para el movimiento feminista lesbiano las puertas que quedaron abiertas luego de la crítica a la política de identidad y su derivación en la llamada política y teoría queer. Un análisis apasionado y por ello no menos conflictivo lo podemos encontrar en: Sheila Jeffreys (1996). La herejía lesbiana. Una perspectiva feminista de la revolución sexual lesbiana. Cátedra, España.

En este punto no puedo extenderme ahora, aunque es parte de una reflexión más amplia en la que me encuentro. Solo quiero decir, contrario a lecturas e interpretaciones que andan por ahí, que es esta postura la que al final de cuentas he encontrado en autoras como Judith Butler, Teresa de Lauretis o Françoise Collin a través de sus excelentes aportes al debate sobre la identidad. Veo en ellas la sapiencia de un pensamiento que se pregunta por todo, encuentra respuestas y sigue preguntando, sin dar nada por definitivo. El error fundamental de sus lectoras como en el mundo de los y las lectoras en general es apegarnos a una respuesta y hacerla dogma sin volver a preguntarnos con las autoras o sin ellas por la eficacia de las respuestas dadas. El error es pensar que una respuesta es siempre la respuesta y no parte de la búsqueda y de la interrogación. Que aún un sí enérgico y al parecer concluyente lleva siempre y siempre el signo de duda y la impronta de la caducidad.

Remitía a que solían soltarse el pelo rizo y rebelde que tenemos las mestizas caribeñas.

Chinelas, que las feministas usaban para ir a cualquier lugar cuando aun no estaban estas de moda y solo se usaban para estar en la casa.

Quizás a la mejor manera de Adrianne Rich (2001)quien con su propuesta de una política de la localización apela a “empezar por lo material. Recoger de nuevo la larga lucha contra la abstracción arrogante y privilegiada....una rebelión contra la idolatría a las ideas puras....abstracciones separadas de los actos de la gente viva, que son devueltas a la gente en forma de eslóganes.” Haciendonos ver que: “los sentimientos son inútiles sin los hechos...”; o a la mejor manera de Hannah Arendt (ídem) para quien la distinción no es una esencia sino un logro, algo que se consigue con la palabra y la acción.

Permítanme recodarlo: Mediados de los 90´s, proceso pre y pos IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1994). Unas, en la ilusión vendida por el sistema de que se podía transformar así mismo y así su carrera loca por ocupar los pequeños espacios que se nos ofrecían a las mujeres; Otras, las menos, las de la voz no oficial, indignadas, gritando la alerta a los cuatro vientos, con rabia y con mucho dolor, señalando con el dedo la traición, el despojo, intentando subsistir contra la corriente que empujaba fuerte. Y nosotras ahí, de todas formas, las llamadas a si mismas autónomas, como “las furias” del orden prepatriarcal intentando mantener ese sentido del feminismo que se rompía en pedazos ante nuestros ojos. Fractura, dolor, distanciamiento profundo quedó de aquella época, como recuerdo de un derrumbe que no pudo evitarse.

Algo de lo que yo misma participé y que fue el centro del diseño de una política hacia las mujeres de base durante el proceso preparatorio hacia el VIII Encuentro Feminista de América Latina y El Caribe celebrado en Rep. Dominicana.

Considero una política radical del cuerpo aquella que no lo niega o que lo trasciende, sino que lo hace aparecer en el centro de la política y del pensamiento. Cuerpo no como algo inerte, separado, cosa ahí, sino como “lugar desde donde tocamos el mundo”, desde donde aparecemos en el. Cuerpo que soy en mi misma, espacio de visibilidad de mi ser, por eso espacio de la experiencia íntima, desde donde pienso el mundo, desde donde me en doy a la libertad y/o al dominio.

Quiero especificar a qué me refiero con esto de política del cambio de la subjetividad. Cuando digo esto me estoy centrando en la idea de la subjetividad no como algo que refiere a lo personal o individual (como la idea que se manejo posteriormente cuando hacer política feminista se volvió “proyecto de financiamiento” convirtiéndose en talleres para el “empoderamiento de las mujeres”), sino como constructo específico de una época, de unas instituciones y de los juegos de poder, como el tipo de sujeto y de humanidad a la que se aspira. Cuando hablo aquí de subjetividad me refiero a los modos de vidas posibles, construidos, permitidos, regulados por los mecanismos disciplinarios y de control.

Quiero decir cuando se volvió, puro saber técnico volcado en proyectos, evaluaciones, investigaciones, leyes, planes y políticas públicas, cuando se volvió perspectiva de género, conocimiento a ser transmitido en universidades, en cursos y talleres para “mujeres de sectores populares”.

Ver Fina Birulés (1995) en su análisis sobre la filosofía de H. Arendt en “La especificidad de lo político: Hannah Arendt”, Eutopías 2da Época, Vol. 89, 1995, Centro de Semiótica y teoría del espectáculo, Valencia.

Vale la pena recordar este proceso de denuncia que se realizó desde la corriente autodenominada del feminismo autónomo. La denuncia realizada incluyó dentro de sus críticas esta perdida del sentido feminista que ya ocurría a principios de los años 90´s, apelando a la autonomía del movimiento como la capacidad del mismo de colocarse por fuera de lo establecido y pensar y ejercitar otras formas de habitar el mundo. A propósito ver: CICAM (1997). Permanencia Voluntaria en la Utopía. La Correa Feminista, México D. F.

Lispector, Clarice, ídem:135.

Margarita Pisano nos ha dicho ya hace tiempo: “si nos situamos sólo desde nuestra especificidad... podremos ser productoras de un conocimiento específico, parcial, si ver la dinámica del dominio que permite que suframos estas situaciones, y finalmente nos funcionalizamos al sistema”. En La Correa Feminista No. 14, invierno 1995-1996.

A propósito, ver un acucioso análisis para el caso latinoamericano en Pisano, Margarita (1996). Un cierto desparpajo. Número Crítico, Santiago de Chile.

Quizás la idea que más cercana a lo que quiero expresar aquí es la idea de “lo femenino sin las mujeres” a la que alude Francois Collin respecto a la operación mediante la cual en la filosofía de hoy puede haber un movimiento hegemónico que alude a una feminización del pensamiento y del sujeto, un devenir mujer de la Filosofía, sin que esto remita ni afecte las posiciones de subordinación en las que se hayan inscriptas las mujeres de carne y hueso. Ver en Collin, Francois (1995). “Praxis de la Diferencia” publicado por la Revista Mora, No. 1, Buenos Aires.

Esta idea de Wittgenstein es presentada por Ch. Mouffe (Ibid), para dar cuenta de la posibilidad de una política común feminista aun después de haber sido descartada la idea de una esencia y una identidad común de las mujeres. Con ello intenta explicar una unidad posible dada por la existencia de una “fijación parcial de identidades” que haría posible una identidad feminista.

Lispector, C., ídem: 134

No hay comentarios:

Archivo del blog