sábado, 28 de abril de 2007

El concepto de affidamento

Lo que sigue es una veloz traducción propia de la Introducción al libro Non Credere di Avere dei Diritti, del colectivo Libreria delle Donne di Milano, del año 1987 (existe traducción al español: No Creas Tener Derechos, horas y HORAS, Madrid 1991).
H e recortado de esta Introducción los párrafos pertinentes al concepto de affidamento.

Traducción para RIMA y Safo_piensa: Gabriela Adelstein, Buenos Aires 2004.


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El tema de este libro es la necesidad de dar sentido, exaltar, representar en palabras e imágenes la relación de una mujer con una similar a ella.


Si poner en palabras una práctica política es igual a hacer teoría, entonces éste es un libro de teoría porque las relaciones entre mujeres son la sustancia de nuestra política.


Es un libro de teoría, entonces, pero mezclada con cuentos. Para nosotras decir teoría sigue siendo en parte un contar la práctica, ya que el razonamiento teórico se refiere habitualmente a cosas que ya tienen un nombre,
mientras que aquí se trata, en parte, de cosas que no tenían nombre.


Los hechos y las ideas que exponemos tuvieron lugar entre 1966 y 1986 principalmente en Milán. Comúnmente son clasificadas bajo el nombre de feminismo. Ahora nosotras quisiéramos llevar a la luz su verdadero sentido y por lo tanto también su nombre.


El nombre es"genealogía". En los años y lugares indicados hemos visto tomar forma a una genealogía de mujeres, o sea un venir al mundo de mujeres legitimadas por la referencia a su origen femenino.


Al decirlo sentimos una emoción, es una cosa emocionante también porque se mantiene en suspenso. No estamos seguras de que la historia reconstruida con este libro producirá verdaderamente aquello que hemos buscado, que es ser inscriptas en una generación femenina. No es de excluir que la prueba de los
hechos demuestre que nuestra experiencia es sólo una de las tantas vicisitudes históricas del frágil concepto de mujer.


La raíz gen de palabras como género, genealogía, generación -enseña la lingüística- caracteriza a palabras tradicionalmente asociadas con el nacimiento en cuanto hecho social, y precisamente al nacimiento legítimo de
individuos masculinos libres. En nuestra cultura, como ha subrayado Luce Irigaray, falta la representación de la relación madre-hija: la madre siempre tiene al hijo en brazos.


Entre las cosas que no tenían nombre estaba, está, el sufrimiento por haber sido puestas en el mundo de esta manera, sin ubicación simbólica. Un ser vivo es cuerpo y mente, nace y se encuentra por casualidad en un determinado lugar en un determinado tiempo y para la mente comienza el trabajo de ubicarse, de
buscar referencias. El cuerpo es colocado físicamente pero la mente debe establecer por sí misma su propio dónde, con la ayuda de quien llegó primero.


¿Pero si nacés mujer, qué ayuda recibís? La sociedad pretende que la mente femenina esté situada con el cuerpo y como el cuerpo. O que, si no, no esté en ningún lugar.


Los estudiosos de antropología enseñan que la sociedad humana se ha constituido mediante el intercambio de signos, bienes y mujeres. Es un extraño modo de representar las cosas, una manera de falsa simplicidad
científica para cubrir el horrible desorden causado por la dominación de un sexo sobre el otro, la violenta destrucción de las relaciones entre las mujeres, en primer lugar aquella con la madre, a menudo acompañada por la imposibilidad, para una mujer, de ser dueña de sus propias producciones y casi siempre unida a la dificultad femenina para producir signos originales: ¿para intercambiar con quién, para significar qué?


Cuando se razona sobre la condición femenina, habitualmente tenemos presente el estado de confusión entre su ser cuerpo y su ser palabra, que el hecho de ser trasplantada a las genealogías masculinas provoca en una mujer . O sea, ese estado conocido como histeria femenina, femenino casi por definición.


[...]


Virginia Woolf ha escrito que, para hacer trabajo intelectual, hace falta tener una habitación propia. Pero en la habitación puede ser imposible quedarse quietas y dedicarse al trabajo porque los textos y aquello de lo que hablan se presentan como bloques extraños, opresivos, de palabras y hechos en los que la mente, paralizada por emociones sin correspondencia con el lenguaje, no logra avanzar.


La habitación propia, entonces, debe ser entendida en otro sentido, como ubicación simbólica, como lugar-tiempo provisto de referencias sexuadas femeninas donde estar significativamente para un antes y un después de preparación y confirmaciones.

[...]

Hemos descubierto que la búsqueda de referencias simbólicas ofrecidas por otras mujeres es una búsqueda muy antigua, y que ha tomado muchas veces la misma modalidad que nosotras le hemos dado, de una relación de affidamento
[N.T. confiarse a], como en la historia de Naomi y Rut que cuenta la Biblia.

[...]

Hemos dado un nombre a la relación de Rut con Naomi, la hemos llamado affidamento. En efecto, es preciso saber que en las muchas lenguas de una cultura milenaria no existían nombres para significar tal relación social, distinta de toda relación entre mujeres por sí mismas.


La palabra affidamento es bella, tiene en sí raíces de palabras como fe, fidelidad, confiarse, confiar. Sin embargo a algunas no les gustaba, porque se refiere a una relación social que nuestro derecho prevé como entre un adulto y un niño. El confiarse de una mujer en otra similar a ella puede, en efecto, establecerse entre una niña y una adulta, pero ésta es una de las posibles derivaciones. Nosotras lo hemos visto y pensado, primariamente, como forma de relación entre mujeres adultas. Que una de las dos sea de este modo
asimilada a una niña, a algunas les resultó molesto.

De todos modos, nadie planteó que esto fuera un problema grave, y podríamos obviar cualquier referencia. Sin embargo, rechazar una palabra, bella en sí, sólo por el uso que hacen otros, es un síntoma de impotencia frente a lo ya pensado por otros: en este caso, lo ya pensado sobre las relaciones entre niños y adultos, y aquello que sería o no conveniente para la edad adulta de una mujer.

A menudo en muchos campos sucede que la lengua se nos imponga como el dominio de experiencias y juicios ajenos. La lengua en sí no es el dominio de una experiencia a exclusión de otras, o de un pensamiento sobre otros. Pero la lengua hace cuerpo con la trama de las relaciones sociales, y éstas son bien poco favorables para acoger aquello que una mujer vive y quiere para sí misma, en su diferencia con el hombre.


A ninguna de nosotras, muy probablemente, se nos ha enseñado la necesidad de cuidar especialmente las relaciones con otras mujeres y de considerarlas un recurso insustituible de fuerza personal, de originalidad mental, de seguridad social. Y es difícil incluso hacerse una idea de su necesidad, porque en la cultura recibida se han conservado algunos productos de origen femenino pero no su matriz simbólica, a tal punto que los productos se nos presentaban como re-generados por un pensamiento masculino.


Hasta que una experiencia política de relaciones entre mujeres nos ha llevado a mirar mejor los hechos del pasado. Así hemos descubierto, maravilladas, que desde los tiempos más antiguos han existido mujeres que han trabajado para establecer relaciones sociales favorables para sí y para sus semejantes. Y que la grandeza femenina se ha nutrido a menudo (o quizás siempre?) de pensamiento y de energías que circulan entre mujeres.


[...]


Tener interlocutoras magistrales es más importante que tener derechos reconocidos. Una interlocutora con autoridad es necesaria, si se quiere articular la propia vida en un proyecto de libertad y encontrar así la razón
del propio ser mujer. La mente femenina sin ubicación simbólica tiene miedo. Está expuesta a hechos imprevisibles, todo le sucede desde afuera en el cuerpo. No son las leyes ni tampoco los derechos los que dan a una mujer la seguridad que le falta. La inviolabilidad puede ser conquistada por una mujer mediante una existencia proyectada a partir de sí y garantizada por una sociedad femenina.

Habiendo observado y pesado estas cosas, hemos llegado a la conclusión que el confiarse de una mujer en una semejante es un contenido de lucha política. Así llegó también la decisión de escribir este libro que cuenta nuestra historia política.


Una cosa ha pesado más que las otras: el ver que el confiarse resulta espontáneo entre mujeres pero casi sin consciencia de su potencia. Por ejemplo, las mujeres que entran en las organizaciones masculinas a menudo se
ayudan con el confiarse a, para darse seguridad y para hacerse una idea propia de la realidad circunstante, más o menos como Vita y Virginia en su carrera literaria.


Confiarse a una semejante resulta frecuentemente, si no siempre, indispensable para una mujer para alcanzar un fin social. Se trata por lo tanto para ella de una forma política primaria y es preciso que esto se sepa y que se afirme, si es necesario, incluso contra las formas consideradas primarias por los hombres en sus organizaciones.


La política de las reivindicaciones, por más justas que sean, por más sentidas que sean, es una política subordinada y de las subordinaciones, porque se apoya en lo que resulta justo según una realidad proyectada y sostenida por otros, y porque adopta lógicamente sus formas políticas.


Una política de liberación, como hemos llamado al feminismo, debe dar fundamento a la libertad femenina. La relación social de affidamento entre mujeres es a la vez un contenido y un instrumento de esta lucha más esencial.


[...]

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