Ximena Bedregal
Hoy es la última plenaria y este es el último espacio de reflexión colectiva de este encuentro. Me parecería bueno intentar una suerte de recuento reflexivo de algunos elementos para desde allí derivar en algunos puntos del tema específico y ver si podemos reflexionar sobre él.
Veamos primero los puntos en que todas, o casi todas, estamos de acuerdo.
El primer punto en el que todas, o casi todas, estamos de acuerdo es que somos mujeres feministas lesbianas y desde ahí intentamos enfrentar la realidad, construir nuestros sueños y vivir la vida.
El segundo punto en que todas, o casi todas, estamos de acuerdo es que este sistema no nos gusta, nos presenta diversas formas de ajenidad, de violencia, de injusticia, de miseria existencial que no aceptamos.
El tercer punto en que todas o casi todas estamos de acuerdo es que queremos cambiarlo.
Me parece que hasta aquí tenemos eso que hoy gusta tanto, tenemos “consenso”, o para no excluir a quienes han manifestado no ser feministas o no sentirse molestas con el sistema, por lo menos tenemos una mayoría enorme.
A partir de aquí la cosa se complica.
Tener ese consenso básico tiene la importancia de permitirnos sentarnos aquí a todas nosotras para tratar de dialogar nuestras ideas y nuestros puntos de vista sobre nuestros deseos, miradas y proyectos de cambio y de mundo. Pero más importante y más interesante me parece el punto donde se acaban los consensos básicos y donde la cosa se complica.
¿Por qué me parece más interesante y más importante?
En primer lugar porque el feminismo no es un dogma ni una doctrina, no es un cuerpo cerrado, no es una metafísica de la verdad, no es un manual de un nuevo deber ser y deber hacer y no es una fabrica de prefabricación de acciones. Todos, inventos tan propios del sistema de pensamiento y acción del patriarcado. El feminismo es apenas un cuerpo teórico e histórico que nos da hilos para interpretar la realidad y actuar en el mundo, pero es también, y nada menos, que el cuerpo teórico que ha llegado a tender los hilos más profundos y más críticos de interpretación de la realidad y lo ha hecho desde la ausencia, desde la negación, desde la otredad, es decir desde las mujeres, posibilitando, al menos potencialmente, el estatuto de humanas a esa mitad de la población que solo estamos definidas como el no-varón, la no-cultura y construidas desde el universal neutro masculino y su proyección imaginaria.
En otras palabras, allí donde los acuerdos básicos se complican nace la posibilidad de pensar, de crear, de pensarnos, de crearnos y recrearnos, de nombrar, nombrarnos, simbolizar y simbolizarnos y eso implica crear, pensar, nombrar y simbolizar lo no autocreado, lo no autopensado, lo no autonombrado, lo no autosimbolizado, o sea, lo que no existe; y crear lo no creado, pensar lo no pensado, nombrar lo no nombrado y simbolizar lo no simbolizado no es tarea de ese invento masculino que es el genio solitario, en este caso alguna genia femenina solitaria, sino una tarea colectiva llena de idas y venidas, de contradicciones y maravillosas certezas… generalmente provisorias.
Evadir esto en la búsqueda de una quimérica hermandad de mujeres es quedarnos en el silencio de las idénticas que tanto ama y necesita el patriarcado y en lo que tan fácilmente solemos caer las mujeres deshaciendo con una mano lo que hacemos con la otra.
Me resulta más importante y más interesante el punto donde se acaban los consensos por una segunda razón, tal vez más compleja de explicar en pocas palabras y también más compleja de llevar a la práctica.
Una de las bases vertebrales de la lógica patriarcal es la lógica de lo binario y excluyente. Lo que llamamos la lógica del 1-0. Esto es por un lado la lógica que todo lo pone en pares antagónicos, por ejemplo mente-cuerpo, razón- intuición, hombre mujer, blanco/negro, etc. pero además da a uno de esos pares un valor de contrarios jerarquizados: la mente vale más que el cuerpo, la razón es más válida que la intuición, el hombre vale más que la mujer, lo blanco es lo bueno, lo negro lo malo y así ad infinitum. Una lógica donde toda diferencia implica la exclusión o invalidación del supuesto antagonista, donde ese contrario antagónico ha sido definido como tal por esa lógica y no necesariamente por que lo sea.
Como esto no es un ejercicio de lógica neutra sino la lógica misma con la que se concibe la realidad y a nosotras y nosotros mismas y mismos, la que ordena la realidad y el modo de relacionarnos, resulta la base donde se anclan ideas como “si no estás conmigo estás contra mi” o “si no piensas como yo tu pensamiento no vale”, dejando toda posibilidad intermedia en la oscuridad y la inexistencia.
En este sentido, el punto donde se acaban los consensos y donde debemos ir analizando nuestras diferencias me resulta más importante que los acuerdos mínimos porque nos pone el desafío de estar alertas y de ir cambiando y desentrañando la lógica toda que nos amarra a la cultura masculinista donde las diferencias se anulan por la vía de deslegitimar al supuesto contrario en vez de hacer el esfuerzo de desentrañar la lógica del pensamiento y las propuestas con el que no se está de acuerdo, reinsertando así a nuestras balbuceantes ideas en la lógica dicotómica y excluyente que queremos cambiar.
Esto es a veces más difícil que analizar el mundo externo porque es hacer del feminismo un acto del yo, un elemento de lo personal y darle a la política la capacidad de tocar la subjetividad misma, romper en nosotras y en primera persona la dicotomía sujeto-objeto.
Evadir esto en la búsqueda de una quimérica hermandad de mujeres idénticas es repetir la lógica patriarcal entre nosotras y, nuevamente deshacer con una mano lo que vamos haciendo con la otra.
Finalmente me resulta más importante y más interesante el punto donde se acaban los consensos por una tercera razón, es en ese punto donde las mujeres empezamos a nombrar/simbolizar nuestra idea de mundo, de vida y de cambio más allá de la idea general de que no me gusta y quiero cambiarlo en lo cual podemos coincidir hasta con muchos machos patriarcas y sus organizaciones.
Es el punto que obliga a aceptar que las ideas no pertenecen a ninguna suerte de neutral limbo, que no existe ese cientificismo o academicismo neutro como vienen pretendendiendo los filósofos patriarcales desde Aristóteles hasta Hegel y Marx.
La masculinidad es la propietaria de las ideas y de las construcciones sociales de mundo. Una parte, frecuentemente importante, de nuestras propias ideas como mujeres viene y se articula con lo que ellos han pensado por nosotras, para nosotras y sobre nosotras.
Verbalizar, explicitar, nombrar desde las mujeres, primero el deseo, fundamental, básico, pero no basta; es necesario luego complejizarlo, desentrañarlo y -ubicando sus orígenes, sus fuentes, sus destinos y sus trampas en esta macrocultura- ir generando el acto de pensarnos y hacernos, dándonos la libertad de ubicar lo que nos entrampa para separarnos de ello; Esto es para mí el acto propio de la política de las mujeres. El lugar donde nos hacemos, nos autoconstruimos. Esto es para mí la autonomía, no otra cosa. Esto es para mí la construcción de mundo y de libertad de las mujeres.
Realizar esto conlleva no solamente decir el deseo sino confrontarlo con la experiencia, con la historia, con las ausencias o presencias de conocimiento, ir sacando nuestro decir y nuestro hacer de las trampas de la masculinidad, ir haciendo autoría y autonomía femenina. Es pensar críticamente no sólo con el cuerpo doliente y victimizado que nos ha construido el patriarcado, sino con todo el cuerpo, el cuerpo físico, el cuerpo histórico, el cuerpo filosofal, el cuerpo divagante, el cuerpo imaginativo. Cuerpos que no hemos tenido o al menos no hemos retenido para nosotras y que vamos haciendo y rehaciendo al andar.
Evadir esto en búsqueda de una quimérica hermandad de mujeres idénticas es dejar nuevamente en manos de otros, ahora de otras, nuestra propia responsabilidad de vida personal y colectiva.
Ahora bien, el que el feminismo no sea una doctrina, el que hay que cuidar las trampas dicotomizadoras y deslegitimizadoras que anulan la diferencia, el que la política de las mujeres sea el lugar donde nos hacemos y hacemos mundo, no implica que todo tenga el mismo sentido y el mismo significado para la construcción de un mundo gratamente vivible para las mujeres y para todas y todos.
La postmodernidad, ideología del neoliberalismo patriarcal y que ha triunfado como pensamiento único, tiene que esconder los sentidos de ese triunfo vendiéndonos una máscara que lo esconda de si mismo, Y esta máscara no es otro que la idea de que todo vale. Del uno/cero ahora se trasviste del confuso infinito/nada.
--Nos ofrece información infinita pero no nos comunica nada.
--Nos ofrece diversidades infinitas pero no acepta ninguna divergencia.
--Nos invita a participar en todo pero no permite intervenir realmente en nada.
--Pone al alcance de nuestros ojos los productos de todo el orbe pero al 80% de la humanidad no lo deja alcanzar ni el pan nuestro de cada día.
--Abre todas las fronteras del planeta para las mercancías pero hace de los seres humanos que emigran “ilegales”, iguales a la nada misma.
-- Abre espacios de poder para las mujeres pero instala el feminicidio.
-- Asegura que ha triunfado el equilibrio e impone la guerra infinita.
-- Desarrolla la tecnología a límites inimaginables pero al medio ambiente lo ha enfermado de muerte y una tercera parte de las personas no accede ni a una aspirina.
-- Desarrolla la mayor retórica sobre democracia y solo nos deja la opción de votar por el menos peor si es que aún queda esa opción.
-- Habla de mundialización pero divide al mundo en culturas buenas y culturas malas, “terroristas”.
Y cuando la información no comunica nada, la divergencia es terrorista, los seres humanos son ilegales, la guerra infinita y el feminicidio invade nuestras vidas, y la democracia nos propone votar por el menos peor, y cuando la gente empieza a darse cuenta de que algo anda muy mal en todo esto, inventa un nuevo concepto y una nueva oferta para las mujeres y las llamadas minorías, nos instala una nueva meta, una nueva zanahoria tras la cual correr: la ahora llamada “ciudadanía absoluta”. Verdaderamente para la risa.
El uno/cero travestido de infinito/nada.
¿Por qué ha tenido que travestirse de esta manera?
Por que su triunfo, el triunfo de la masculinidad patriarcal en su fase neoliberal globalizadora, es un triunfo frágil. No por que sea menos peligroso; al contrario, este triunfo, con su capacidad y su impulso destructivo, ha llevado al planeta y al género humano al mayor riesgo de su historia.
Tampoco porque sea fácil terminar con él, al contrario, su agresividad es mayor que nunca y los riesgos de combatirlo son equivalentes, sino porque sabe que si no engaña, el sinsabor, el sinsentido y la injusticia infinita que instaura no lo dejaría existir.
El patriarcado aprende de sí mismo, el patriarcado toma en serio sus experiencias, y sabe que necesita generar consensos sobre –al menos- los elementos vertebrales de su propuesta, necesita que su dominio no sea solo sobre la fuerza bruta, sino sobre una suerte de aceptación de la población. Una aceptación que puede ser contradictoria pero que le permita seguir funcionando en lo que al sistema le interesa. Que parezca neutra y por tanto donde crean todos y todas que pueden caber. Y además que esa posibilidad de caber parezca que depende de los sujetos y no del poder. No en vano, el Consenso de Washington –la primera elaboración estratégica de los grandes poderes económicos, políticos y militares de la post guerra fria- se puso como una de sus tareas el trabajo con los movimientos sociales y los organismos no gubernamentales.
El patriarcado es un monstruo de mil cabezas, pero su lógica básica es la misma en cualquier momento histórico que veamos.
¿Donde está el peligro de aceptar este travestismo para nosotras las mujeres?
Por un lado en poner toda nuestra energía en función de que todo cambie para que no cambie nada, pero por otro y lo que me parece más grave, en la manera en que esto imposibilita el pensamiento propio, la elaboración propia, la construcción propia, la autonomía de pensar, de hacer y de mundo. Y esto no es algo que tiene que ver sólo con las mujeres, tiene que ver con la humanidad toda y con su futuro.
El patriarcado no ha podido crear una propuesta válida y llevadera. Todas sus utopías han fracasado, todas han pasado del breve momento revolucionario al largo momento de la injusticia, la jerarquía y el poder sobre otros.
Pero si además alguna vez tuvo estas fracasadas ideas de cambio, el patriarcado tiene hoy una crisis total, ni sus izquierdas tienen más propuesta que administrar el sistema neoliberal, haciendo –en el mejor de los casos- que el llamado “chorreo” (los excedentes de la riqueza acumulada por unos pocos) llegue un poquito más a los más desfavorecidos y siempre como dádiva, como caridad, como un regalo.
La democracia ya no es ni siquiera pensar la sociedad o la economía que se quiere sino tan sólo elegir representantes que no representan a nadie, o a muy pocos. La organización para la democracia se ha limitado a una suerte de mercado de libre competencia de proyectos pre-etiquetados desde las altas esferas para recibir donativos. El aprendizaje de la política es el aprendizaje para que estos proyectos sean competitivos ante tan gran demanda y tan escasa oferta y por tanto la política es la gestión de estos paquetes preestablecidos. El diseño de mundo se lo reparten las transnacionales.
La idea de que no es posible cambiar el sistema, que solo hay que administrarlo mejor es algo que ha permeado a muchos feminismos. Sobre todo a aquellos que basados en la idea de que para que sea posible hacer un cambio de paradigma es necesario terminar de construir las ideas de igualdad de la ilustración. Es decir para aquellos feminismos que –por etapas- todavía siguen cobrándole a la Revolución Francesa la guillotinada o el exilio de sus preclaras líderes mujeres y siguen exigiéndole a esta etapa de la historia patriarcal que reivindique la igualdad de Olimpia de Gauges con Dantón o Marat.
Esto significa que las mujeres se universalicen a través de la igualdad con el varón, en el universal neutro masculino sin poner en cuestión ni a la lógica, ni al poder, ni al Estado patriarcal. Que advengamos sujetos desde y como la cultura vigente produce sujetos: desde ese universal neutro masculino, sin importar mucho que todas las mediaciones con las que eso tiene que hacerse nieguen nuestros cuerpos de mujeres.
De allí que el objetivo sea el poder (empoderarse allí donde el poder está), el camino sea el Estado (sus espacios e instituciones) y la práctica: alianzas de todas las mujeres, no importa que ideología tengan, siempre que se acumule fuerza para ganar estos espacios y demostrar que desde allí se pueden lograr algunas mejoras para ciertas condiciones específicas generadas por la subordinación y la dominación que el sistema ejerce sobre todas nosotras. El fin justifica los medios. Desde allí vale igual la Opus Dei Martita Sahún de Fox, la neoliberal priista Beatriz Paredes o la hiperpragmática y ahumada Rosario Robles. Total, la perspectiva de género bien vale una candidata.
De allí que el feminismo haya de pronto olvidado el concepto de patriarcado, sumándose a la idea de que el sujeto universal a muerto y que solo quedan sujetos individuales y diversos. Las mujeres somos ahora ¡tantas! y ¡tan diversas! y determinadas por ¡tantas identidades! que ya no existe más la dominación universal sobre nosotras. Ya prácticamente no hay un nosotras. Solo mujeres organizadas por identidad y demandas específicas a través de las cuales vamos a construir nuestra participación en el mundo…, ¡en el mundo de ellos, por supuesto!.
De allí que se haya olvidado el cuestionamiento al poder, a los poderes. Ahora el poder, como capacidad de dominación y representación -particularmente masculino- es algo que desde esta lógica se desea y se siente como necesario, al que hay que acceder, parece que hubiera vuelto a ser neutro. Se necesitan mujeres empoderadas que hablen por todas para poder simular esa universalidad. De allí que se haya olvidado el hablar desde el YO, en primera persona. ¿Para qué voy a cultivar voz propia si ya vamos teniendo empoderadas que hablen por nosotras?.
Me parece que esto significa volver a regalarle a la masculinidad su fantasía de neutralidad universal. Resulta que sólo con más mujeres en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional, en los gobiernos, en los parlamentos y hasta en los ejércitos, parece que vamos a hacer un mundo mejor y cambiar la validez de las mujeres y su legitimidad, seres que gracias a la participación en estos organismos ya no serán lo otro, el no-varón, gracias al mundo de los varones. Ya no hay que cuestionar la lógica, parece que esos espacios hacen posible -de suyo- cuestionarla.
El patriarcado es tan “tonto” que ha construido espacios llenos de resquicios. Si las y los piquetereos argentinos o los aimaras y quechuas bolivianos no los cambian es por que no han aprendido esa teoría y no han practicado ese oficio de meterse al cielo por el ojo de una aguja. Los zapatistas perdieron cuando vinieron a demandarle al parlamento, nomás porque no tenían la capacitación necesaria en liderato y democracia moderna y, como el parlamento es el representante verdadero de las ideas y los proyectos del pueblo todo, ahora que se jodan y aguanten a la democracia.
Esto es lo quería el Consenso de Washington al que antes me referí. Esto es lo que quiere la guerra para hacerla una experiencia sin género definido. Esto es lo que quieren los grandes poderes para hacer ver que ellos abren su democracia y mostrar que solo la terquedad, la incomprensión o la falta de madurez de las demandantes impiden los avances.
¡Es cosa de ya no ser contestataria! nos dicen, ¡hay que ser propositiva!, nos repiten y lo peor lo dicen feministas. ¡El feminismo debe saltar de la protesta a la propuesta! decía Marta Lamas en un gran espacio que le dio el diario Reforma a ella junto a una serie de connotados varones intelectuales -fíjense, a varones no a mujeres- para hablar de feminismo, con motivo del aniversario de su revista Debate Feminista ! y si no le haces propuestas al sistema es inmadurez política agregaba Marta.
Se entiende como propuesta sólo la que se le hace al sistema, toda lo demás queda en el rango de la inmadurez. Resulta que una vez más es el sistema el que define no sólo lo que es o no es propuesta, sino que además va a definir mi madurez política. Y ¡caramba! Ahora usando como vocera a una feminista.
Muchos de los aportes del feminismo acerca del debate sobre el poder, los ha retomado lo que podríamos denominar como la izquierda más crítica y se los ha apropiado, como siempre, sin darle crédito alguno a las mujeres. Esa izquierda está planteando hoy, que se debe cambiar el mundo sin tomar el poder. Está elaborando toda una revisión del Estado y de la no participación en él, ya que éste representa “la forma de relación social desarrollada históricamente para suprimir la desobediencia, encerrar al imaginario y al hacer en lo sólo inmediatamente posible”. Jhon Holloway, uno de sus más lúcidos voceros, plantea incluso que no es cosa de combinar el fuera y el dentro del Estado y del poder establecido, ya que estos son espacios donde las maneras de hacer y de pensar sofocan a la imaginación que florece en la rebeldía.
Si la misma izquierda, nada feminista ni antipatriarcal, se da cuenta de ésto. ¿Qué pasa con el feminismo igualitarista que se siente obligado a tomar los métodos y los lenguajes del poder reproduciendo ahora el masculinismo en nosotras y ya no quiere ver que la única salida no apocalíptica del mundo es buscar los caminos y los métodos de cambiar la lógica patriarcal e imaginar la sociedad que se quiere fuera de las lógicas instaladas?
Ya sé, alguna me va a decir que desde ahí están cambiando las cosas. Reconozco que algunas, de carácter inmediato, pueden cambiar. Pero no tocan la lógica en que se funda la miseria simbólica de las mujeres y los cambios en la misma lógica terminan por reinsertar los enormes esfuerzos en el mismo sistema y no crean mundo, ni mediaciones, ni simbolizaciones de mujeres. El feminismo con su política de lo posible ha tenido que cambiar el lenguaje, suavizarlo, hacerlo políticamente correcto, establecer nuevas jerarquías entre mujeres e incluso separase de ellas (Por ejemplo: las expertas y las demás), desmantelar lo más rebelde de nuestras organizaciones para hacerse eficiente, en esa eficiencia que demanda la política correcta que puede escuchar el poder, adecuar los ritmos y tiempos a los ritmos de las estructuras patriarcales y minimizar sus sueños. Mientras llora que las jóvenes ya no quieren ser feministas, va creando un discurso que ya no es significativo para las mujeres y menos para el conjunto de la sociedad, máximo se trata de un lenguaje que le resulta útil a políticos e intelectuales políticamente correctos o necesitados del voto femenino.
No voy a hacer una reseña de las atrocidades que inauguran el siglo, las vivimos cada día a 24 cuadros por segundo. Me parece que está más claro que nunca que lo que está en cuestión hoy, es el modelo mismo de la cultura. A las mujeres no nos pertenece esta crisis. Aunque la suframos y estemos inmersas en ella, es la crisis de la masculinidad hecha cultura y sociedad, es autoría de esa lógica. Si el desafío el feminismo es que nuestras democracias se parezcan más a Zapatero que a Bush, como alguien planteaba ayer por aquí, yo digo ¡Qué desafío tan pobre ha generado una visión tan rica! ¡Ahora resulta que nuestro desafío es parecernos lo más posible a las formas menos peores de la masculinidad!
Pensar que desde ahí se puede cambiar la realidad sólo muestra la realidad de que el poder las cambia a ellas. Si hace unas décadas nos bajamos de los tacones altos para cuidar nuestro cuerpo y romper un pedacito del imaginario masculino que manejaba nuestros cuerpos a su antojo, la mayoría de las empoderadas de hoy se han vuelto a subir a ellos y a los vestidos incomodos y nice para verse ¡inteligentes pero femeninas!, según el patrón masculino (heterosexual y clasista, por lo demás) de moderna feminidad. Muchas de estas empoderadas funcionarias feministas tienen maquillista y peluquera que las atiende cada mañana para verse “como se debe” y hasta en el Instuituto Simmone de Beauvoir se han impartido clases sobre la apariencia para el “nuevo tipo de liderato femenino”. ¿Puede alguien decirme que el poder tradicional y masculino no resulta peligroso y nos vuelve a desencontrar de nuestros cuerpos cuando apenas los estábamos retomando?
Por otra parte oímos a cada rato que las estrategias de empoderamiento y de ganar espacios dentro del sistema no dan los frutos esperados. Últimamente no hay conferencia o reunión de evaluación de esas de Beijing, Beijing mas 5, mas 10, Cairo mas tres, mas 7, mas 30 o 50 (¿en qué número van, cuantos millones de dólares lleva la cuenta en pasajes, hoteles, shoping y demás?), o cumbre de esto, de lo otro o de lo de más allá donde no se plantee que los gobiernos no hacen caso, que no se escuchó, que no cumplieron los acuerdos, que no hicieron lo prometido, que no y que no y que no, que nada, casi nada, funciona. ¿No habla esto de la necesidad de replantear las cosas, que algo anda mal en la lógica de esta estrategia? ¿O se va a hacer lo que hace unas semanas, en una de sus cumbres de líderes empoderados decían las y los del mainstream indígena, esto es: como la incorporación de indios en los grandes organismos internacionales no ha logrado que se tomen nuestras demandas, tenemos que…, poner más indios en estos organismos?
La política de las demandas ha limitado la posibilidad de pensar el mundo entero, ha adoptado la parcialización que tanto necesita el sistema, ha encerrado a las mujeres en una suerte de sindicato reivindicativo y sectorial. Mientras el mundo se cae a pedazos, la gente pierde el sentido de la vida y no encuentra horizontes significativos, las empoderadas hacen partidos políticos para levantar sus demandas de sector sin poder ni siquiera balbucer una idea de mundo, una idea de futuro, nuevas significaciones que abran horizontes a la vida plena que la humanidad busca desesperada. Por el contrario, se declaran “realistas”, “maduras” y por lo tanto antirradicales socialdemócratas. Para estar en el poder hay que caerle bien al poder.
Mientras el imperio arma la guerra, las empoderadas feministas del norte enmudecen y votan a favor de ella en patriotico acto de defensa de su paisito imperial sin darse cuenta que a su acto patriótico le seguía el “patriotic act” y las empoderadas no feministas torturan a iraquies en las cárceles de la tierra donde nacieron las primeras diosas madres de la humanidad.
Si los modelos de organización sociopolítica y de gobierno habían sido hasta ahora solo masculinistas, casi homosexuales (se relacionaban, amaban y odiaban sólo entre ellos), hoy se han transformado en democracias compulsivas y obligatoriamente heterosexuales, heterosexistas.
La heterosexualidad compulsiva patriarcal (con su correlato: la familia) es el invento masculino para apropiarse de los cuerpos y los productos de las mujeres. Las democracias del patriarcado neoliberal han inventado la ilustrada igualdad para ahora apropiarse de nuestros productos i energías intelectuales y políticas.
El patriarcado siempre se apodera de todo. Lo significativo para las mujeres es que ahora son mujeres –incluso lesbianas- las que claman por la mirada masculina, las que plantean que el desafío del feminismo es incorporar a los hombres, como tan claramente y sin tapujos lo planteo también Marta Lamas en su artículo escrito para el libro de los 20 años del diario La Jornada. Resulta que ahora las que discriminamos somos las mujeres y que nuestro pensamiento no podrá ser ni tendrá estatuto de validez si no lo hacemos en matrimonio heterosexual, heterosexista diría yo.
Hay sectores que ya no pueden concebir a las mujeres ni siquiera a las lesbianas, separadas de ellos. Eso es la democracia de hoy. Una democracia masculinista, compulsivamente heterosexista. Esto es hoy el contenido de un feminismo heterosexual, de un heterofeminismo.
Finalmente, ya que me apuran tanto con el tiempo, quiero plantear algo que me parece importante para redondear esta reflexión crítica. El jueves una de las compañeras, creo que ecuatoriana, decía “pero si es en el Banco Mundial donde están decidiendo mi destino ¿Por qué no voy yo a estar ahí, porqué no voy a tratar de incidir en ese destino?” Pregunta e intención que me parece muy legítima. Janina también me decía: sus planteamientos siempre me mueven, tienen mucha razón pero, dime ¿Qué hacer ante, por ejemplo, ante los asesinatos de Ciudad Juárez. ¡El gobierno tiene que resolverlo, tiene que pararlo!
Yo digo sí, todas queremos no sólo estar donde se resuelve mi destino, sino directamente resolverlo desde mi, de eso se trata, y también digo sí, el gobierno debería resolver los crímenes de mujeres y parar, los feminicidios, porque no son solo Ciudad Juárez, ni siquiera sólo México.
Sin embargo sabemos, porque lo sabemos, que ni aunque hayan geniales mujeres ahí, el Banco Mundial va a cambiar sus políticas vertebrales y que el gobierno no va a resolver de verdad los feminicidios. Uno va, máximo y con una enorme energía invertida de nuestra parte, a etiquetar unos fonditos para que desde el programa Oportunidades (el programa gubernamental mexicano de caridad por excelencia) lleguen unos pesitos a una que otra señora y esta se lo gaste no en mejor vivir para sí misma sino en un menos hambrear -que no dejar de hambrear- de sus hijos; mientras por otra parte seguirá presionando a nuestros países para que reduzcan el gasto público y malbaraten lo poco que queda en privatizaciones, es decir para que haya otras millones de señoras como esa y tengamos que volver a invertir más y más energías en que medio hambree y no hambree del todo.
El otro va, máximo, a dar atole con el dedo y castigar un par de funcionarios para aparentar estado de derecho mientras divida a las víctimas, esconda las verdades y proteja a los grandes poderosos que cometen esos crímenes, porque sabemos quienes son y su poder. Resolución no resuelta ¿hasta el siguiente feminicidio?
¿Hasta cuando seguiremos dando tanto, ¡tanto! a cambio de tan poco?
Si somos claras, tenemos que aceptar que no es en el Banco Mundial donde se resuelve mi destino, salvo por lo negativo, pero nunca, jamás, por donde yo lo sueño y necesito, eso es como creer que el capital tiene la posibilidad de ya no producir valor y sabemos, porque lo sabemos, que no es en el ministerio público ni en los tribunales donde se hará justicia a las asesinadas de Juárez. ¿Ha verdaderamente resuelto el gobierno algún crimen, porqué habría de hacerlo con mujeres pobres? Eso es creer que el derecho patriarcal se va a deshacer a sí mismo haciendo justicia a las mujeres. ¿Es el feminicido un acto de delincuentes o un acto salido del profundo inconciente del patriarcado herido e inestable?
¿Hasta cuando seguiremos dando tanto, ¡tanto! a cambio de tan poco?
Tenemos que replantearnos lo que es hacer política desde y para las mujeres. Una verdadera otra política que nos de valor y autoridad, en el sentido de autoría. No podemos ya seguir jugando al poder neutro, al Estado neutro, a la política neutra, porque solo estaremos jugando al poder masculino, al Estado masculino, a la política masculina. Para ello no tenemos que seguir haciéndonos las mismas preguntas, hay que cambiarlas, urge cambiarlas y tenemos que hacerlas desde otro lugar, desde otro espacio, desde otros imaginarios. Entonces una nueva imaginación surgirá, porque dejaremos de oír los cantos del poder, su música, sus sonidos, su ritmo. Las mujeres necesitamos oír nuestra propia voz, confiar en nuestra propia experiencia y –concientes que no nacimos en una probeta- complejizarla cada día, revisarla cada día. Entonces se nos van a ocurrir muchas formas de evitar nuevos feminicidios. Muchas formas de otras posibles economías. Otras ciudades, otras estéticas, otras formas de enseñar y aprender, otras formas del derecho, otras relaciones y hasta otras formas del amor. Necesitamos dejar de ser un sector de la masculinidad para ser humanas completas. Salirnos de donde el patriarcado nos ha puesto y quiere seguir manteniéndonos inventando para nosotras algo nuevo cada día, algo nuevo que es más y más de lo mismo. Necesitamos dejar este movimiento fundamentalmente identitario para pasar a ser un movimiento con capacidad de generar propuestas completas para la vida completa, capaz de leerlo todo, de revisarlo todo, de imaginar y proponer mundos completos, no solo saludes reproductivas (concepto de por sí cuestionable que amarra nuevamente a mi sexualidad con la reproducción). Lo necesitamos las mujeres, pero también lo necesita la humanidad entera.
Si no ¿Hasta cuando seguiremos dando tanto, ¡tanto! a cambio de tan poco?
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