sábado, 28 de abril de 2007

LA CONSTRUCCION DE LA IDENTIDAD PERSONAL EN UNA CULTURA DE GÉNERO

Purificación Mayobre


"No se nace mujer, llega una a serlo"
S. de Beauvoir, El Segundo Sexo .

1. La construcción psicosocial de los modelos de género

La configuración de la identidad personal es un fenómeno muy complejo en el que intervienen muy diversos factores, desde predisposiciones individuales hasta el desarrollo de diversas habilidades suscitadas en el proceso de educación/socialización. En este trabajo me interesa explicitar los presupuestos filosóficos, ideológicos y simbólicos que intervienen en la construcción, configuración y elaboración de la identidad sexual masculina o femenina.

Tradicionalmente se consideraba que, en la configuración de la identidad personal, el sexo era un factor biológico determinante de las diferencias observadas entre varones y mujeres y que era el causante de las diferencias sociales existentes entre las personas sexuadas en masculino o femenino. Hoy, por el contrario, al no haber encontrado nada que esté universal y transculturalmente asociado con la feminidad o la masculinidad, tiende a afirmarse que en el sexo radican gran parte de las diferencias anatómicas y fisiológicas entre las mujeres y los hombres, pero que todas las demás pertenecen al dominio de lo sociológico, al ámbito de lo genérico y no de lo sexual y que , por lo tanto, los individuos no nacen predeterminados biológicamente con una identidad de género, no nacen hechos psicológicamente como hombres o como mujeres, ni se forman por simple evolución vital, sino que la adopción de una identidad personal es el resultado de un largo proceso, de una construcción, en la que se va urdiendo, organizando la identidad sexual a partir de una serie de necesidades y predisposiciones que se urden y configuran en interacción con el medio familiar y social.

Pero esa urdimbre, esa construcción no es la misma para las niñas que para los niños, ya que los géneros, o lo que es lo mismo, las

normas diferenciadas elaboradas por la sociedad para cada sexo no tienen la misma consideración social, ya que existe una jerarquía entre ellas. Esa asimetría se internaliza en el proceso de adquisición de la identidad de género, que se inicia desde el nacimiento con una socialización diferencial, mediante la que se logra que los individuos adapten su comportamiento y su identidad a los modelos y a las expectativas creadas por la sociedad para los sujetos masculinos o femeninos.

Esas normas, es decir, las formas de "ser mujer" o las formas de "ser varón" son muy cambiantes de unas culturas a otras, de unas épocas a otras, de unas décadas a otras, incluso de unas mujeres a otras o de unos varones a otros. Como afirma Maite Larrauri en su artículo "¿Qué es una mujer?":

"Cuando digo que soy una mujer es una realidad totalmente diferente a la que ha existido en otros momentos históricos o en otras culturas... La serie de transformaciones a las que ha estado sometida la mujer no deben ser consideradas accidental si por accidental se entiende lo que no afecta a un núcleo esencial de naturaleza femenina, como tampoco esas transformaciones deben considerarse concepciones diferentes hechas sobre la base de una sustancia fundamentalmente idéntica"(1).

Las definiciones de género son, pues, variables según las necesidades e intereses de las diversas culturas o sociedades y son prescriptivas y, como cualquier norma prescriptiva, tienen una doble faz, ya que por una parte se presentan como un modelo o prototipo a imitar, al que se debe ajustar la conducta y, por otra, como una prohibición de lo que no se debe hacer. Pero aunque dichas normas no son idénticas en todas las culturas y en todas las épocas históricas, sin embargo tienen una característica común, la división sexual del trabajo, que se constata en todas las sociedades, incluso en aquellas de carácter más igualitario y con una consideración social de los sexos más o menos equiparable. En virtud de esa división sexual del trabajo las mujeres han desarrollado un género social relacionado con el ámbito de la reproducción, entendida en un sentido amplio y que incluye no sólo la reproducción de la especie sino el cuidado de las personas enfermas, minusválidas, ancianas, la preparación de alimentos, la atención y protección de toda la familia, la socialización de la infancia, el confinamiento en el ámbito privado etc. Por su parte, el varón desarrolla una identidad de género asociada al control de la naturaleza, a la guerra, al desempeño de un trabajo remunerado, al dominio de la técnica, a la organización y representación social y política, a la ocupación del ámbito público etc.

Esta asignación de funciones distintas va a dicotomizar la realidad social, a reflejar una jerarquía o asimetría entre los sexos. Esto se debe a que los géneros exhiben una característica propia de nuestro sistema de pensamiento occidental, la bipolaridad. En efecto, nuestro sistema de pensamiento es bivalente, pero en el que los dos términos de la valencia no tienen el mismo valor, pues uno siempre es positivo y el otro negativo. Esta visión dicotómica conduce a una jerarquización de las partes, ya que los términos positivos se asocian con otros positivos y los negativos con otros negativos, reforzando así la cadena. Esto es lo que explica que en la dicotomía Alto/Bajo el primer término del binomio lo relacionemos con conceptos como elevado, superior, divino, en tanto que "bajo" lo relacionamos con ideas como inferior, ínfimo, feo. Lo mismo sucede con el par Derecha/Izquierda, queriendo significar cuando expresamos la palabra "derecha" algo que es recto o justo, pero con la voz "izquierda" insinuamos que algo es retorcido o siniestro. Por su parte, el término "blanco" lo asociamos con nociones como claro, níveo, angelical y sin embargo el vocablo "negro" lo hermanamos con conceptos como oscuro o tenebroso. Como dice Victoria Sau:

"La partición cultural del mundo en dos extremos da lugar a todo un sistema de representaciones que continuamente confirma y refuerza dicha partición. Y por efecto de la polaridad paralela que enlaza polos positivos con más positivos y polos negativos con más negativos, podemos subir -o bajar- por una cadena de dimensiones hasta la dimensión hombre o la dimensión mujer"(2).

El sistema binario aplicado a los sexos y géneros da lugar a una jerarquía o asimetría, ya que al varón se le asocia con términos muy valorados por nuestra cultura como Razón/ Público/ Objetivo/ Iniciativa/ Independencia/ Autoridad/ Poder etc., en tanto que a la mujer se le asocia con términos menos estimados socialmente como Intuición/ Naturaleza/ Privado/ Subjetivo/ Pasividad/ Dependencia/ Subordinación/ Doméstico etc., es decir, que los varones ocupan el polo positivo, en tanto que las mujeres representan lo negativo. Esto es lo que explica que aún siendo nuestro sistema de pensamiento binario, sin embargo se haya erigido sobre el régimen del Uno, del Mismo, en la capacidad significante del cuerpo viril, ese cuerpo que se autorrepresenta en torno al falo solitario, rechazando o excluyendo todo lo que no se asimile o identifique con ese Uno, negando toda heterogeneidad y reduciéndola a lo otro.

Este reduccionismo en torno al Uno es lo que explica el carácter androcéntrico de nuestra cultura, es decir, el hecho de que el varón se estableciera como medida y canon de todas las cosas.

2. La mujer en el sistema de representación simbólica

El androcentrismo, jerarquía y asimetría entre los sexos fue avalado por dos pilares básicos de nuestra civilización, la Religión y la Filosofía.

2.1. La Religión

Muchas de las principales metáforas y definiciones de género arrancan de la Biblia y, en concreto, del Génesis . Evidentemente aquí no se puede hacer un estudio exhaustivo de ese libro, por lo que nos limitamos a presentar aquéllas definiciones e interpretaciones que tuvieron mayor predicamento a lo largo de la historia. No obstante antes de comenzar ese breve comentario es preciso recordar que las primeras deidades existentes fueron las diosas de la fertilidad, cuyo culto y poder va desapareciendo conforme el monoteísmo sucede al politeísmo, conforme se institucionaliza el patriarcado y aparecen los sistemas simbólicos, la escritura, el concepto, el nombre, es decir, cuando aparecen aquellas herramientas que permiten pasar de hechos observables, como la fertilidad femenina, a conceptualizar un poder creativo simbólico:

"Hasta que las personas no pudieron imaginarse un poder abstracto, invisible e insondable, personificado en ese "espíritu creador" no pudieron reducir sus incontables, antropomorfizados y conflictivos dioses y diosas a un único Dios... este proceso se prolonga durante un período de más de mil años y culmina en el libro del Génesis "(3).

En el relato del Génesis se observa el proceso de culminación del pensamiento abstracto al conferir el poder de creación a la palabra, a la capacidad de nombrar, ya que según la narración bíblica la palabra de Dios tiene poder creador, pues dijo Dios: "Haya luz; y hubo luz" ( Génesis ,1,3). Pero la simbolización del poder creador se manifiesta sobre todo en el acto de creación del hombre: "Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices un aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente"( Génesis ,2,7). El proceso de creación continúa con los animales del campo y las aves del cielo:"Y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera" ( Génesis ,2,19). Por último, después de crear Dios a la mujer de la costilla de Adán, éste procede a darle nombre, diciendo: "Esta vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada".

De la narración bíblica -independientemente de determinadas explicaciones teológicas o de las interpretaciones feministas actuales- se ha deducido que la mujer fue creada después que el hombre, a partir del hombre y al servicio del hombre; se ha inferido que Dios ha creado al hombre y a la mujer de una forma significativamente diferente, ya que al hombre lo creó directamente en tanto que a la mujer la creó de la costilla de Adán; se ha derivado que Eva, la mujer, es la que induce al pecado y sólo será redimida por el nacimiento de Cristo, un salvador varón nacido de una mujer no mancillada por contacto sexual alguno. También se concluye que el poder creador es divino, pero que el significado y el orden de las cosas proviene de un acto humano, de dar un nombre y ese poder se lo otorga Dios a Adán, quien no sólo ordena y da nombre a las cosas sino que también da nombre a la mujer.

Por otra parte en el Génesis se evidencia el carácter patriarcal de la religión en cuanto que a Dios se le representa como un ser masculino, que habla y pacta sólo con los varones, como queda bien patente en el rito iniciático exigido por la religión judía, la circuncisión, rito que atañe sólo a los varones:

"Esta es la alianza que habéis de guardar entre yo y vosotros -también a posterioridad-: Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidareis la carne del prepucio, y eso será señal de alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón de generación en generación, tanto el nacido como el comprado con dinero a cualquier extraño que no sea de su raza. Deben ser circuncidados el nacido en su casa y el comprado con su dinero, de modo que mi alianza esté en vuestra carne como alianza eterna. El circunciso, el varón a quién no se le circuncide la carne de su prepucio, éste tan será borrado de ende los suyos por haber violado mi alianza" ( Génesis , 10,17).

Este hecho reconocido por el Génesis , el que es el hombre el que tiene la palabra, el que tiene la capacidad de nombrar e interpretar el mundo es avalado posteriormente por la iglesia y particularmente por la tradición paulina, con las recomendaciones de "que la mujer se calle en le iglesia" o "no tolero que la mujer enseñe" o "un don de Dios es la mujer callada, y no tiene precio la discreta". o "si quieren aprender algo, que en casa pregunten a sus maridos, porque no es decoroso para la mujer hablar en la iglesia".

De este modo la religión judeocristiana, como la musulmana, instaura dos importantes mitos para las mujeres: el tabú de la virginidad y el del silencio, simbolizados en la ley del velo, es decir, en la obligación de llevar velo las mujeres, porque para los patriarcas de la iglesia es muy importante que determinados orificios del cuerpo femenino permanezcan tapados, cerrados, particularmente los labios de la boca y de la vulva, en tanto que otras aberturas como los ojos y los oídos deben estar bien abiertos para que penetren los modelos de socialización, de género, elaborados por el patriarcado.

De esta forma, si los labios femeninos permanecen cerrados, su sexo, su ser mujer queda sin construir por las propias mujeres, queda sin una representación simbólica, sin una configuración propia de su identidad sexual. En este sentido se puede afirmar que el cuerpo femenino "es un hecho desnudo y crudo" (4), un sexo que está desprovisto de una representación simbólica privativa porque no ha sido pensado por y para sí. El resultado es que "un sexo que no se dice, que no está constituido con signos propios, queda fácilmente subordinado al sexo que tenga existencia simbólica propia" (5), para el que el ser mujer sólo cobra relevancia si la mujer asume el papel que dicho sexo le ha adjudicado de madre, esposa, hija o prostituta, es decir, en la medida en que vive para los otros, por los otros y en los otros.

Es cierto que Juan Pablo II en Mulieris Dignitatem pretende hacer ver el importante protagonismo de María en la encarnación, por medio de la cual Dios se hace hombre para -desde su condición humana- redimir a la humanidad, de ahí el relevante papel de María, pero pensemos que María no es más que un vehículo para que se realice la encarnación, no es más que un sujeto pasivo, cuya voz se limita a decir: "Fiat", es decir, "hágase en mí según tu palabra".

Hoy como ayer, por tanto, la Iglesia sigue confinando a la mujer a su destino tradicional de esposa, madre, hermana, cuidadora, exaltándola mucho pero impidiéndole realizar tareas como el sacerdocio, la predicación u ocupar cargos eclesiásticos.

2.2. La Filosofía

La filosofía como primer intento de dar una explicación racional de la naturaleza humana sexuada en masculino o femenino presentó diversas teorías explicativas de la misma, que se pueden compendiar en tres grandes paradigmas:

1/ Unos sistemas de pensamiento defienden que los sexos son fundamentalmente iguales y que las diferencias se establecen por convención. Tal fue la teoría mantenida por los sofistas para los que no hay ninguna diferencia esencial entre libres y esclavos, entre hombres y mujeres, entre griegos y bárbaros, sino que las diferencias son por "nómos", por convención, porque los que tienen el poder decretan que los otros son inferiores. Esta teoría es defendida hoy por el feminismo igualitarista.

2/ Algunos sistemas de pensamiento difunden la idea de que los sexos son diferentes pero que la diferencia no debe significar desigualdad. Esta teoría fue defendida en la antigüedad por los estoicos y en la actualidad por el feminismo de la diferencia sexual.

3/ Otras teorías mantienen la tesis de que hombres y mujeres son diferentes y que los varones son superiores a ellas. Esta fue la tesis defendida por el gran filósofo de la antigüedad, Aristóteles, por lo que fue la que mayor predicamento tuvo no sólo en la época clásica sino a lo largo de la historia y probablemente sea todavía hoy la filosofía inspiradora de nuestro imaginario simbólico y de la opinión de la persona de la calle.

Aristóteles justifica la priorización del género masculino por medio de su teoría hilemórfica y a partir de la definición dada en su Política

de que "el hombre es por naturaleza un animal social... La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario, un animal social es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra" (6), es decir, el hombre es, entre los animales, el único que tiene palabra, razón, logos, capacidad de diálogo o de intercambiar razones, por lo que a diferencia de aquellos va a dirimir las cuestiones por medio de la palabra o la persuasión y no por la fuerza.

Ahora bien, el ámbito de lo social, de lo político, es la polis , el ágora, pero para usar la palabra, para dialogar o intercambiar logos había que estar en posesión de la palabra, así que del ágora estaban excluidos los bárbaros, las mujeres y los esclavos. De esta forma la filosofía aristotélica, es decir, el sistema de representación simbólica más importante de la antigüedad que pretende dar una explicación racional del mundo, niega a las mujeres una de las características específicas de la humanidad, la capacidad de la palabra, la posibilidad de tener un discurso propio y de nombrar o decir el mundo desde sí mismas, no pudiendo más que repetir la palabra o decir el mundo tal y como ha sido nombrado e interpretado por los varones.

Esta pretensión aristotélica de que el varón hablara por toda la humanidad será ratificada por gran parte de la filosofía moderna y por los regímenes liberales y democráticos instaurados a raíz de la proclamación de la Revolución Francesa. Esto no quiere decir que a lo largo de los tiempos no pervivieran teorías ejemplificadas en los otros paradigmas enunciados más arriba, lo que ocurre es que la teoría aristotélica fue la predominante y, contrariamente a lo que pudiera parecer, la situación de las mujeres no mejoró en principio con la instauración de los regímenes liberales y los estados democráticos, pues los avances políticos y culturales no siempre favorecieron a los dos sexos, es más incluso en ocasiones sirven para acrecentar la jerarquía y la asimetría existente entre ambos. En este sentido se puede afirmar que el nuevo sistema liberal favoreció el abandono del estatuto de siervo del varón y su reconocimiento como ciudadano; sin embargo la mujer no avanzó nada con la proclamación del nuevo sistema de libertades, pues la escasa incidencia que podía tener en el régimen feudal por su intervención en la producción doméstica, desaparece al quedar reducida al ámbito privado con la implantación del sistema de producción fabril propio de la sociedad industrial, como desaparece también el poder político que podían detentar determinadas mujeres en sus feudos en ausencia de sus esposos o por viudedad. En efecto el Antiguo Régimen mantenía una cierta condescendencia con la excepción femenina, equiparándola en algunos casos a la condición y clase de determinados varones, de acuerdo con los estamentos feudales basados en la jerarquía, en el privilegio, en la lógica de la excepción.

En contraposición el sistema burgués propugna un nuevo método de ascenso social, basado en el mérito frente a la alcurnia, el linaje o la sangre. Las nuevas reglas expulsan a todo el sexo femenino, ya que si se admite la participación de algunas mujeres en el espacio público, entonces habría que admitir a todas las que tuvieran los mismos méritos y capacidades según la lógica universalizadora, democrática y el principio de igualdad revolucionario, por lo que se excluye a todas las mujeres (7). La exclusión no se produce de una forma directa o utilizando un lenguaje claramente político, ya que eso contradecía la lógica del nuevo sistema político, sino apelando siempre a causas secundarias como la inconveniencia de la instrucción de las mujeres, inoportunidad resaltada por autores como J.J.Rousseau o Sylvain Maréchal.

J.J. Rousseau (1712-1778), el gran pedagogo de la modernidad, el defensor por excelencia de la necesidad de la educación para los varones, para Emilio, no considera necesaria dicha educación para las mujeres, simbolizadas en Sofía. Por su parte Sylvain Maréchal (1770-1803), el gran revolucionario francés defensor de la igualdad real frente a la engañosa igualdad formal, publica en 1801 un opúsculo titulado Proyecto de una ley que prohiba aprender a leer a las mujeres con el que se propone impedir el acceso de las mujeres a la lectura, es decir, a la educación, a la cultura, a la vida pública, a la igualación con los varones.

Este discurso discriminador defendido por importantes ideólogos modernos será consolidado por los dictámenes de los médicos-filósofos de los siglos XVIII y XIX, quienes basándose en la autoridad de su profesión afirman que las mujeres tienen asignado el papel de reproductora de la especie y que el ejercicio, fomento y desarrollo de la razón es perjudicial para la especie por debilitar dicha capacidad reproductora.

En contra de esos dictámenes se difundían tímidamente filosofías más racionalistas empeñadas en acabar con los prejuicios, los dogmas, la tradición, las ideas preconcebidas. En esta labor hay que destacar la filosofía de Descartes. La tesis cartesiana de que el alma ( res cogitans ) y el cuerpo ( res extensa ) son dos sustancias que apenas se relacionan a no ser por la glándula pineal contribuyó enormemente a abandonar la vieja priorización aristotélica de la forma sobre la materia y del alma (hombre) sobre el cuerpo o materia (mujer). La conclusión que deduce su discípulo, Poullain de la Barre en De l'éducation des Dames pour la conduite de l'ésprit (1671) y De l'égalité des deux sexes (1673) es que la mente, que el intelecto no tiene sexo y que la mujer tiene tantas capacidades y méritos como el varón.

En el siglo XVIII, con la Revolución Francesa y los sistemas liberales burgueses resurge el ideal democrático, si bien es cierto que renace otra vez de una forma perversa, ya que si en la sociedad antigua se negaba el derecho de ciudadanía a los esclavos, a las mujeres y a los bárbaros, ahora el nuevo sistema crea numerosas exclusiones, omisiones, especificaciones. En cualquier caso, con el pensamiento ilustrado brota de nuevo la reivindicación del ideal de igualdad, junto con el de libertad y fraternidad, aunque el pensamiento liberal desarrollado a partir de la Revolución de 1789 profundiza sobre todo en el de libertad, olvidando la fraternidad y limitando la igualdad a su expresión formal, al reconocimiento de todos los varones (una vez superadas las exclusiones de ciertos sectores masculinos) como iguales ante la ley. Esta igualdad formal, sin embargo, fue puesta en entredicho por los/as ilustrados/as más ilustrados/as, los que comienzan a exigir una verdadera universalización de esa igualdad, de forma que todos los seres humanos -hombres y mujeres- pudieran declararse realmente iguales, por lo menos ante la ley. Según la filósofa Celia Amorós:

"Es evidente que, al hilo de las nuevas conceptualizaciones de la especie que filósofos/as, ideólogos/as fraguaban bajo el signo de la universalidad -por ejemplo en la idea expuesta por Descartes en el Discurso del Método acerca del bon sens como le plus repandu , coextensivo a la especie, o en el proceso de la elaboración del sujeto trascendente, que recogía lo común a todos los sujetos empíricos en tanto que racionales- iba a surgir en algunas mentes la ocurrencia de plantearse la pertinencia de que las mujeres quedaran también subsumidas en ellas. Se les antojaba una cuestión de sentido común, entendido precisamente como "buen sentido" o capacidad autónoma de juzgar y razonar sin dejarse llevar por el prejuicio o la tradición o la costumbre sin haber sido contrastada con otras exigencias impuestas por su convalidación racional" (8).

Esta exigencia de igualdad será reivindicada por varios/as ilustrados/as, destacando particularmente Condorcet (1743-1794) en su Ensayo sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía (1790) o Bosquejo de un cuadro histórico sobre los progresos del espíritu humano (1792); Olympe de Gouges (1748-1793) con su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), Mary Wollstonecraft (1757-1797) con Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792). En España en este siglo señalaríamos al Padre B. Feijóo (1676-1764) con su folleto "Defensa de las Mujeres" (1726) contenido en su Teatro Crítico Universal (1740) y Josefa Amar y Borbón (1749-1833) con su obra Discurso sobre la Educación Física y Moral de las Mujeres (1790).

Estas reivindicaciones son retomadas y ampliadas en el siglo XIX en el libro de Jhon Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, La sujeción de la mujer (1869) y particularmente por el movimiento sufragista, es decir, por el movimiento que ha favorecido un proceso emancipatorio y liberador para las mujeres al defender las ideas de igualdad y semejanza frente a las viejas y caducas ideas de desigualdad y asimetría.

Con el sufragismo se consiguió una mayor normalidad democrática en cuanto que las mujeres van a ser consideradas ciudadanas y sujetos de derechos civiles y políticos.

3. La mujer en el umbral del siglo XXI

La consecución del voto femenino sirvió para acabar con una importante perversión del sistema democrático al reconocer a hombres y mujeres como sujetos de derechos civiles y políticos. A partir de ese momento se comienza a reconocer la igualdad formal entre los sexos en gran parte de Europa, América y Australia.

En España el proceso sufrió un retraso notable con respecto a otros países de nuestro entorno debido a la situación política existente. La situación comenzó a cambiar a partir de la reforma de los artículos del Código Civil de 1975 que hacían referencia a la "licencia marital" por la cual el marido era el representante de la mujer a la hora, por ejemplo, de comparecer en un juicio o firmar un contrato; las reformas posteriores del mismo Código de 1981 y 1982, las reformas del Código Penal de 1978, la Constitución de 1978 etc. contribuyeron a reconocer la igualdad jurídica o la igualdad formal entre los sexos.

Antes de esas reformas y de la proclamación de la Constitución de 1978 la discriminación legal existente era muy notable y dicha marginación se traducía en los ámbitos sociales, políticos, educativos, laborales etc. en los que la presencia de mujeres era muy marginal, debido en gran parte al escaso nivel de instrucción del sexo femenino y al predominio de una ideología "familiarista" que fomentaba el mantenimiento de roles totalmente diferenciados para hombres y mujeres, que condicionaba la actividad de las mujeres a ser casi exclusivamente esposas de, hijas de o hermanas de , ya que otras formas de estar en la vida las mujeres era inconcebible (9).

Con la proclamación de la igualdad formal la situación comienza a modificarse, pudiendo afirmar que uno de los cambios sociales más visibles que se han producido en los últimos tiempos, sin duda, es el que afecta a la situación, las oportunidades y las formas de vida de las mujeres. En poco más de dos décadas las mujeres han pasado de ser objeto o las sombras de sus maridos a ser sujetos, protagonistas en el mundo social, político y simbólico. No hay más que recordar que hace poco más de dos décadas no es que las mujeres no pudieran ser electricistas, taxistas, cirujanas, juezas etc. es que -como decíamos más arriba- necesitaba el permiso y la firma del marido para firmar un contrato o abrir una cuenta bancaria. Y hace algunas décadas más no podían votar, no podían instruirse, no podían acceder a la universidad.

Hoy, sin embargo, hay más mujeres universitarias que varones y la incorporación se va normalizando en carreras tradicionalmente masculinas. Por otra parte, la presencia femenina se ha multiplicado en los últimos tiempos en el mercado de trabajo, incluso en sectores y profesiones desempeñadas tradicionalmente por varones. También se ha incrementado la presencia de mujeres en puestos directivos y de responsabilidad, en los que siguen siendo una minoría, pero en los países con mayor equiparación de los sexos se empieza tímidamente a romper el supuesto techo de cristal que impedía ascender a las mujeres a los más altos cargos.

Progresivamente ha habido una incorporación de las mujeres al mundo político, favorecida por las leyes de discriminación positiva y si bien en España es muy pequeño el número de mujeres que ejercen el poder, sin embargo en las últimas elecciones en Finlandia ser mujer se estimaba como un valor positivo para ejercer la política.

Todos estos son ejemplos de los importantes avances conseguidos en un breve período de tiempo y de los que las mujeres -en el umbral del siglo XXI- podemos enorgullecernos. No obstante debemos señalar también los puntos débiles y las deficiencias democráticas existentes todavía en nuestra sociedad y proponer un plan de actuación para acabar con esas asimetrías y progresar hacia una sociedad más próxima a la igualdad real.

En este sentido hay que reseñar las metas y objetivos presentados por España en la Conferencia de Beijing de 1995.

El primer objetivo estratégico es la plena consecución de la igualdad en el ámbito laboral. Para ello se promueven una serie de iniciativas y programas desde diversos organismos para facilitar el acceso de las mujeres al ámbito del empleo, para favorecer su ascenso a puestos de responsabilidad o para desempeñar actividades o profesiones muy masculinizadas y, de esa forma, acabar con las grandes desigualdades existentes todavía en ese aspecto, pues hay que pensar que la riqueza sigue estando prácticamente en su totalidad en manos de los varones, que en el mundo da la banca y de las finanzas la presencia femenina es todavía anecdótica, que apenas hay mujeres directivas y que sigue habiendo un techo de cristal que muy lentamente se empieza a resquebrajar, que el paro femenino duplica al masculino, que son las mujeres las más afectadas por los contratos temporales o parciales y peor remunerados y que existe una feminización de la pobreza muy importante.

El segundo objetivo propuesto es el cambio de imagen de las mujeres, especialmente en los medios de comunicación, ya que éstos generalmente transmiten una imagen anacrónica y muy estereotipada de las mujeres, no correspondiéndose con la importante evolución social experimentada en los roles y modelos femeninos en los últimos tiempos de acuerdo con las exigencias de la sociedad de nuestros días.

El tercer objetivo es de carácter más estructural y más profundo pues no se trata solamente de reivindicar la incorporación de las mujeres al ámbito público y la desaparición de todos aquéllos handicaps que las excluyen, marginan o discriminan sino que se trata de conseguir un cambio social, una transformación de las formas de vida de los hombres y de las mujeres de tal forma que se favorezca una realidad social de seres iguales. Para ello sería preciso un nuevo contrato sexual entre hombres y mujeres para llevar a cabo no sólo un reparto equitativo del espacio público sino también un reparto equilibrado de responsabilidades domésticas, así como del cuidado de los hijos/as y de las personas ancianas y/o minusválidas. Esta corresponsabilidad no sólo debe efectuarse en el hogar sino que implica una transformación de la vida colectiva, de modo que las tareas reproductivas sean tenidas en cuenta a la hora de planear las productivas. Hay que replantearse los horarios laborales de mujeres y hombres, el tiempo dedicado a la producción, a la profesión, al mundo público y el tiempo dedicado a la atención de las personas más próximas, ya que esta labor de "ética del cuidado" tradicionalmente la desempeñaron las mujeres y, en la actualidad, en gran parte la siguen desempeñando compaginándola con el ejercicio de una profesión, pero es una labor que las mujeres no deben seguir realizando en solitario en una sociedad democrática sino que es necesario "un nuevo contrato social entre hombres y mujeres que consiga que unos y otras sean personas autónomas, tanto profesional como personalmente, dentro de una sociedad de iguales en la que las diferencias sean percibidas no como base de una jerarquía sino como una riqueza de experiencias humanas que es necesario compartir" (10).

A estos grandes objetivos habría que añadir otras metas que se presentan como particularmente urgentes. Nos referimos a la necesidad de atajar la violencia doméstica, provocada en último término por una interpretación jerárquica de las diferencias propia de un orden sociosimbólico de carácter patriarcal que trata de reducir, de silenciar al otro recurriendo a todo tipo de recursos, entre ellos la violencia física.

La otra meta inaplazable es que la educación, hoy denominada coeducación, no se limite a impartir y difundir mediante el currículum explícito y el currículum oculto unos valores aparentemente neutrales, pero que siguen siendo androcéntricos. Es necesario que la educación fomente una cultura del mestizaje, integrada por valores y referentes masculinos y femeninos, en la que los comportamientos y las formas de ser y estar femeninos se valoren como dignos de ser universalizables.

Con estos objetivos se pretende poner fin a las discriminaciones existentes todavía entre los dos sexos, conseguir que el género no sea tan castrante y limitador a la hora de configurar la identidad personal y que los comportamientos, funciones y roles femeninos se valoren como otra forma de ser, de estar en el mundo, como una manifestación de la diferencia y no de la desigualdad.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
(1) Larrauri,M., "Qué es una mujer" en Campillo,N., Barberá, E., Reflexión multidisciplinar sobre la discriminación sexual . Nau Llires, Valencia, 1993, p.43.

(2) Sau, V., Ser mujer: el fin de una imagen tradicional , Icaria, Barcelona, 1986, p.60.

(3) Lerner, G., La creación del patriarcado , Crítica, Barcelona, 1990, p.231.

(4) Cavarero, A., "Decir el nacimiento" en Diótima, Traer al mundo el mundo. Objeto y objetividad a la luz de la diferencia sexual , Icaria, Barcelona, 1996, p.115.

(5) Rivera, M., El cuerpo indispensable, Significados del cuerpo de mujer , Horas y Horas, Madrid, 1996, p.44.

(6) Aristóteles, Política , Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, pp. 3-4.

(7) Fraisse, G., Musa de la Razón. La democracia excluyente y la diferencia de los sexos . Cátedra, Madrid.

(8) Amorós, C.,"Feminismo, Ilustración y Misoginia Romántica" en VV.AA. Filosofía y Género. Identidades Femeninas , Pamiela, Pamplona, 1992, p. 115.

(9) Ver Rivera,J.M., Valenciano,E., Las mujeres de los 90: el largo trayecto de las jóvenes hacia su emancipación , Morata, Madrid, 1991.

(10) Las españolas en el umbral del siglo XXI. Informe presentado por España a la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres. Beijing, 1995 . Ministerio de Asuntos Sociales e Instituto de la Mujer, 1994.

Purificación Mayobre Rodriguez. Universidad de Vigo. webs.uvigo.es/pmayobre

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